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Esas ferias de Santibáñez el Bajo (y II)

En el sepia cliché de la memoria, en ese blanco y negro ya amarillento, permanecen impresas las imágenes de aquel enorme rodeo donde vacas, ovejas, cabras y caballerías (un año hubo hasta avestruces, llevadas por un vecino, Adolfo Gutiérrez Montero, que montó una granja de estas aves estrutioniformes) se apelotonaban sin mezclarse, ocupando parte de El Lejíu (Ejido Patero) y el área de El Tesillu y Mediu, en la dehesa boyal y comunal, así como algunos prados y cercas inmediatos a esta zona.  Muchos gitanos, con sombrero, vara en mano y su andar garboso, se enzarzaban en tratos interminables con ganaderos y otros chalanes venidos de Extremadura y de allende las fronteras regionales.  El personal se sacudía el polvo y refrescaba los gaznates en las casetas y puestos de bebida montados entre aquella barahúnda humana y animal.  El pueblo entero, aunque muchos vecinos solo fuesen ganaderos de las cuatro cabras que tenían para la leche del consumo diario y de un par de burros para la arada y otras labores agrícolas, se volcaba en el rodeo.  No había feria sin haberse empolvado los zapatos e impregnado de los ácidos efluvios que rezumaba el mercado ganadero.

Santibáñez el Bajo
Nunca podían faltar las capeas en las ferias de Santibáñez, siendo el pueblo el protagonista que, de manera autogestionaria, las vertebraba para que llegasen a buen puerto (Foto:”Pulgar”)
Santibáñez el Bajo Extremadura F. Barroso
M. Carmen Azabal Iglesias, que consiguió el 2º premio, por libre, en dicho concurso tortillero (Foto: Asociación de mujeres “Las Candelas”)

El chalaneo se alargaba hasta mediodía y, luego, seguían los tratos por las tabernas y bares del pueblo, donde se continuaba escanciando mucho vino y mucha cerveza y devorando pinchos y raciones.  La plaza mayor, otras plazuelas y encrucijadas se llenaban de atracciones que hacían las delicias de chicos y mayores: tómbolas, caballitos, góndolas, tiros de escopeta, puestos de juguetes y chucherías, carros de los helados, churrerías, variopintas ruletas…  Nunca faltaban los turroneros del no muy lejano pueblo salmantino de La Alberca.  Nosotros, como muchachos de un pueblo perdido en la geografía y levantado a las sombras de retorcidas oliveras y centenarias encinas, a pie de monte, en la horca que conforma el río Alagón y la Rivera del Bronco, a caballo entre las pizarras y los granitos, abríamos los ojos como platos y quedábamos hipnotizados por tanto colorido y tanta magia.  Luego, sumergidos en la desbordante alegría de aquel bullicio y jolgorio, nos dedicábamos , con las cuatro pesetas que nos daban los abuelos y otros allegados, a comprar petardos y rehtallétih (especie de tiras que, al friccionarlas por las rugosas  paredes, restallaban con un ruido infernal).  Por la tarde, se celebraban las capeas, que nunca podían faltar en una población con gran tradición en bregar con vacas moruchas, retintas y avileñas.  Y en las dos noches de ferias, se celebraban sudorosas sesiones de baile en el salón de Saturnino Jiménez Martín, al que todo el mundo conocía por Ti Saturninu Pajita.  Más tarde, llegarían las verbenas a la plaza mayor.   Al acabar el baile, se formaban cuadrillas que, en compañía del tamborilero o de alguno que tocaba el acordeón, recorrían el pueblo, haciendo parada obligatoria en los bares que aún no habían cerrado y, de madrugada, pedían el aguardiente por las casas de los familiares y conocidos.

Santibáñez el Bajo jurado ferias
El jurado va catando las tortillas. Ferias-2019 (Foto: M.Carmen Azabal)
Santibáñez el Bajo
helo Jiménez García, sdantibañeja que alzó la boleta número 3 del mentado concurso (Foto: Asociación de mujeres “Las Candelas”)

Pero, lamentablemente, toda aquella fascinación de las ferias ya es mero y nostálgico recuerdo.  Muchas anómalas circunstancias acabaron dándole la puntilla.  Esfuerzos se hicieron por parte de algunos Ayuntamientos y asociaciones por mantenerlas en pie, pero la vida fue cambiando y, en el medio rural, se pasó de una economía de subsistencia a otra de mercado.  La solidaridad, la fraternidad, la hospitalidad y el apoyo mutuo se trocaron, por imperativos de una deshumanizada y homogeneizante globalización neoliberal y consumista, en individualismo competitivo, manejado a su antojo por ciertos poderes ocultos que desnortan las antiguas comunidades rurales y coartan toda espontaneidad y creatividad libre, prostituyendo sus raíces e identidades.

No obstante, todavía pueden ver algunos viajeros y curiosos que se pierdan por estas villas y lugares cómo ciertos alcaldes y asociaciones intentan quemar los últimos cartuchos, soñando, tal vez, en despertar de su letargo aquel ferial que bien creemos que se fue para no volver.  Alcaldes que, sintiendo verdadera nostalgia por aquellas representativas ferias que vibraron en tiempos y de las que fueron auténticos protagonistas, recuerdan estas fechas con un ágape para todos los vecinos, con degustación del buen aguardiente y vino de la tierra, dulces tradicionales y otros aperitivos.  Y asociaciones hay, como esa de Las Candelas, en Santibáñez el Bajo, donde sus miembros se tiran a la barricada al poco de alborear el día y organizan todo tipo de juegos y concurso en estos primaverales días cargados de infinidad de recuerdos festivos y empolvados rodeos de ganados.  Hogaño, organizaron un suculento concurso de tortillas y, después de aderezarlas, las expusieron a la sombra de la Casa Consistorial.  Eligieron a tres vecinos al azar (María Jesús García García, Antonio Santos Martín y Jesús Sánchez Calle) para que formasen parte del jurado.  Tortillas de todo tipo.  Unas pertenecientes a la asociación de mujeres, preparadas de manera autogestionaria por una nutrida gavilla de socias, y otras presentadas por libre. El primero y tercer premio fueron para la asociación.  Sacaron las boletas las socias Ana Sotelo Rodríguez, una galleguita de Puebla de Trives (Orense), casada con el santibañejo Pedro Martín Pérez, y Chelo Jiménez García, respectivamente.  El segundo premio, en categoría libre, fue para M. Carmen Azabal Iglesias.

Ana Sotelo Rodríguez
Ana Sotelo Rodríguez, la galleguiña que sacó la boleta número 1en el concurso de tortillas (Foto: Pedro Martín Pérez).

Los asistentes a este concurso de muchos huevos se zamparon todas las tortillas, sin dejar un jarramplu (migaja, trozo diminuto) y continuaron la fiesta, cantando y bailando por calles y plazuelas.  Para el año que viene, otros concursos.  Al menos, que quede constancia que, en junio, cuandu se le quita la mohca al güé y se le pega al burru y que si eh claru y frehquitu,  para tóduh eh benditu…,  se celebraban unas sonadas y concurridas ferias que fueron la envidia de los pueblos del contorno, reafirmando el sentimiento de formar parte de una comunidad, cohesionando el grupo social de sus habitantes y vigorizando los lazos familiares y vecinales.

En la imagen superior: foto-documento de turronera albercana, que durante largos años, visitó las mentadas fiestas, trasladándose en caballerías desde La Alberca a Santibáñez (Foto: “Sildeshare”).

Las opiniones y fotografías publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor.

Publicado el 11 de junio de 2019, por Félix Barroso Gutiérrez para su columna A cuerpo Gentil.

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