
Una de las razones por las que Carlos V, el Emperador, se retira a Yuste, aparte de recuperar su deteriorada salud, es la de preparar su alma para la otra Vida. Por eso vive especialmente aquellos primeros oficios de la Semana Santa en la Iglesia de 1558, apenas dos meses escasos de su traslado a su palacio desde Jarandilla donde había esperado que se terminase y acondicionase su casa-palacio, junto a la misma iglesia de los jerónimos del monasterio.
Carlos, según las crónicas, siguió con gran devoción las ceremonias de la Semana Santa de aquel año primero entre los frailes, participando siempre con una gran devoción, y aportando las limosnas para los menesterosos, así como cumplir con las abstinencias y ayunos cuaresmales, salvo los días que su médico, Enrique Mathis, le prescribía alimentos que rompían su ayuno o abstinencia, debido a sus enfermedades, sobre todo la gota que le azotaba desde su juventud.
Pero terminado este tiempo penitencial se permitió la celebración con una mesa a su agrado. Para ello, según cuentan los cronistas, ordenó a sus cocineros que le elaborasen “una pierna de oso de las que le traían desde Asturias, regodeándose en trincharla y comerla a trozos que le placía hacer a mano”. Del consumo y manera de comer estas piernas, cuando la artrosis le impedía trocearlas personalmente, ordenaba al trincante o cocinero, que lo hiciese él en su presencia.
Pero su fuente principal de sus platos, el recetario preferido, era el del cocinero Ruperto de Nola que él ordenó traducir del catalán, un trabajo que se había llevado a cabo en Toledo en 1525 y llevaba por título “Libro de guisados, manjares y potajes intitulado libro de Cozina de Ruperto de Nola.
De este maestro cocinero nos consta que sirvió para la mesa del rey Ferrante de Nápoles, en el ámbito de la corte de Aragón, hacia 1480 y que el citado tratado de cocina se publicó en Barcelona décadas más tarde. En cuanto a su nacimiento parece ser que podía haber nacido en Italia o en la Noia de Barcelona. Lo cierto es que sus recetas marcaron y definieron los gustos de las cortes modernas y sus recetas palaciegas se filtraron en la cocina popular.
De este autor y gran maestro cocinero eligió el Emperador un exquisito pastel guisado a base de saboga, saltón, pajel, deltol y palamida… que tuvo a bien rociar con vinos claretes de la tierra e hipocrás (vino tinto mezclado con canela jengibre, granada y azúcar).
De postre de aquellos banquetes post Semana Santa, aunque las crónicas no señalan nada, es muy posible que el Emperador rematase con un Papín que tanto le gustaba, sobre todo cuando se lo confeccionaban tostado, según el “Arte de Cocina” de Martínez Montiño, ya que el tueste contaba con cañas, huevos megidos y hojuelas, acompañado de suplicaciones.
Publicado el 14 de abril de 2019