Un patente silencio prevalece sobre un tenue fondo de murmullos y siseos piadosos. Suenan redobles de tambores que se cortan con un fuerte baquetazo que paraliza a la gente. Es el comienzo, el primer arrebato de los instrumentos de metal que, con sus lamentos unísonos y penetrantes, cortan el aire y paralizan los semblantes. Todas las miradas se dirigen al sombrío pórtico de la Catedral en el que reina un frufrú de capas y sayos de los penitentes nazarenos. Luces rojas y blancas de cirios y candelas aparecen oscilantes, mecidas en la oscuridad avisando de Su aparición. Gente que se arrodilla, otros que elevan la mirada para verle el rostro, todos sumidos en un profundo mutismo que estremece los oídos. Cae alguna lágrima. Lentamente, saliendo de la penumbra se perfila la figura de un Hombre que, cargando una gran cruz, camina lentamente sobre los hombros de cofrades y anderos. Ya se le ve entre luces que titilan en el umbral de la noche del miércoles santo. Es Él, es Jesús Nazareno y Plasencia se estremece.
Día antes se veneraron la Entrada Triunfal en Jerusalén; la Hermandad de la Pasión; el Cristo de la Columna y días después, los afectos y devotos placentinos además de visitantes podrán honrar la presencia de la Sagrada Cena; de la Santa Vera Cruz; la Dolorosa de la Cruz; del Cristo de la Buena Muerte; del Santo Vía Crucis; del Descendimiento de la Cruz; de Nuestra Señora de la Soledad y el Santo Sepulcro y finalmente, la ciudad se alborozará con la resurrección y encuentro de la Hermandad de la Pasión.
Así es, será y sentirán los placentinos y otros una semana que ya viene, que ya empezó con entusiasmo y devoción. Es la Semana Santa de Plasencia.
Publicado el 14 de abril de 2019
Texto y foto de Alfonso Trulls para su columna Impresiones de un Foráneo
