He aprendido que cada nueve años se les arranca la piel a los alcornoques. Se hace con un hacha muy afilada y por una persona experta que sabe cuánto debe entrar la hoja de esa arma para arrancar la piel y no dañar el tronco. El árbol queda entonces desvestido, indefenso y pueden verse las venas por las que circula su savia. La piel del árbol convertida en corcho alegrará fiestas en los lugares más lejanos, tapará el mejor champán o el vino de una boda, de una fiesta o de una triste velada. Se transformará en un pequeño banco para un ganadero o convertirá la habitación de un músico en una isla.
El corcho viajará tomando mil formas y el árbol esperará de pie la luz del sol de la mañana o de la tarde que encenderá cada día su tronco color rojo. Destacará en contraste con el verde oliva de sus hojas y el gris de las piedras. Pero el tronco desnudo del alcornoque se irá curtiendo de nuevo, nuevas arrugas, nuevos golpes, viento, agua, sequía y de nuevo viento, sol, golpes y agua. El invierno apagará su rojo que poco a poco se vestirá de escamas marrones, una nueva piel que parezca dura, alargada como las lágrimas, un nuevo traje capa por capa, año tras año. Nueve años pasarán y llegará un nuevo verano, el bosque se llenará de hachas y escaleras y los alcornoques volverán a recibir la herida justa, de la profundidad adecuada y milimétrica para sacarles de nuevo su piel de corcho.
Publicado en abril de 2018
4 comentarios
¡Qué manera tan lírica de describir el “nacimiento” de un corcho. Nunca había pensado de dónde vienen esos pequeños objetos. Gracias, Marian Castillo y Plan Ve, por mostrarnos los detalles de Extremadura.
Gracias a ti Fanny por leernos. Saludos.
Me gusta esta la forma de relatar el ciclo del alcornoque y su corcho.
Tanto nos queda por descubrir
Muchas gracias, Marta y gracias por leer PlanVE