En estos días se lleva mucho esto de que los periódicos y otras publicaciones más ligeras incluyan en sus columnas consejos, remedios y otras mandangas para afrontar la primavera y también para rellenar huecos en las páginas, que es lo más común. En esos textos -los mismos para todos los años pero aumentando las consecuencias perniciosas por aquello del monstruo climático que todos nosotros cuidamos y mimamos diariamente- hablan de la piel con granos; de las toses; de los estornudos; de ojos llorosos; del mal sueño; de la tristeza y de la invasión total de flojera corporal. Eso sí, avisan que no es nada grave, solo un poco más que el año pasado (porque crece el monstruo, ya saben) y que todo ese desastre solo te viene a durar un mínimo de dos semanas si eres muy joven claro, porque en caso contrario, pues eso. Vamos a dejarlo.
A uno, que no es sospechoso de presumir de una perdidísima juventud pero si de mantener el tono del rocanrol y blues a tope, no le atacan esas calamidades tan malignas, ni tampoco me trocean el ánimo las consecuencias por el irremediable abandono de la frescura corporal, y menos ahora que la estación del año que acabamos de estrenar es una de las dos que más me gusta y menos dura junto con el otoño, lo cual es una grandísima faena porque las que más permanecen son la del calorón y la otra, la de las heladas.
No hay que hacer caso de las desdichas que los agoreros de periódicos y revistas nos auguran para esta misma primavera. Únicamente hay que centrarse en que el cuerpo tiene más horas para realizar actividades al aire libre porque hay más sol durante más tiempo. Que el sol favorece los cambios hormonales y que apetece todo más, especialmente con tu pareja. Luego está eso de la vitamina, sobre todo la D, que ahora viene a tonificarte gratis y a raudales. Y es una vitamina que te pone, ya te digo. Por eso, hay que quitarse la galbana porque ésta Plasencia no te va a dejar que te deprimas porque broten las flores; el cerezo y canten los gorriatos en extinción; empiecen las Noches de Santa María y se anime el Jerte y deje de sonar a blues unos meses para pasarse ahora al rockabilly, que es mas bailón.
Aquí, en este norte extremeño, lo único que se permite y que requiera un simulacro de postración es la siesta. Y es que ese rito ancestral, propio de cuando se suben los calores y otras cosas, es lo único que forma parte de la placentina languidez primaveral. De penas penitas nada, me vayan tomando nota los pocos aciagos que aún quedan sueltos por la ciudad.
Publicada el 21 e marzo de 2019