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El quiosco postergado

Algún recuerdo de la niñez, mucho antes de la adolescencia, suele ir asociado a un parque o a un ancho y arbolado paseo con nombre de personaje y sobre todo, a un quiosco. En todas las ciudades y algunos pueblos existía un pequeño establecimiento de forma cuadrada o redondeada situado en un lugar de recreo y reunión vecinal donde se podían comprar revistas, tebeos, periódicos y lo más importante para cualquier chaval, las chucherías; variadas gollerías, algunas negras en forma de tubo y otras redondas y de colorines, todas dulzonas.

Uno, de niño, recuerda vívidamente un parque que había enfrente de la casa familiar. Por las tardes, después del colegio alguien allegado me llevaba de la mano a ese paraíso en donde se podía dar libertad a la imaginación entre árboles y caminos de tierra, tropezando con los patines o jugando con la pelota, siempre a la espera de la anhelada llegada al quiosco. Allí culminaba el disfrute de la tarde con la compra de dulces para mí y la prensa vespertina para el padre. Y vuelta a casa, feliz.

Ahora me he enterado que aunque el parque sigue vivo -precioso y con mucha fronda- ese legendario quiosco está asolado, abandonado por el Consistorio desde hace años. Triste.

Ya casado, cuando mi hijo solo tenía una mínima edad, uno iba a pasearle en sillita de ruedas a un quiosco -no tan tradicional como el de mis recuerdos- que había cerca de casa, una zona tranquila, alejada de la gran ciudad, de su bulla urbana y de la contaminación. Allí, en aquel lugar tranquilo con bancos de madera, arbolado y casi íntimo, leía la prensa o un libro, intercambiando saludos y comentarios con los vecinos mientras el niño dormitaba. Pocos años después se repetirían los paseos, ya con pelota y la consabida compra de chuches y cromos. El dueño se llamaba Manuel, aunque para mi hijo y su media lengua de entonces siempre fue Manuelo. Poco tiempo después, derribaron el templete y allí solo quedó en recuerdo su cimiento, una plataforma cuadrada de hormigón entre dos bancos que se miraban mutuamente. Nostálgico.

Ahora que uno es más que mayor, vino a olvidarse de sí, a disfrutar y a vivir viviendo Plasencia. Y ocurrió que recién llegado y a la primera ojeada de la Plaza Mayor uno se topó con un pequeño pabellón de cierto aire oriental, quiero decir, con un clásico kiosco de esos de toda la vida, de suministro de prensa y de otras publicaciones más entretenidas. Poco duró, ya que al poco tiempo le echaron el cierre después de cinco décadas de periódicos, revistas, charlas y comadreos. Otro a la baja, dije para mí. Pena.

quiosco Plaza Mayor Plasencia
Quiosco de la Plaza Mayor de Plasencia. Foto: A. Trulls

El caso es que ahí está -como la puerta de aquella canción- y todos lo vemos todos los días. Míralo ahí postergado, sólo, aunque en medio de la cotidianidad placentina. Manuel fue su dueño, como aquel otro, como Manuelo. Cosas de kioscos, cosas de todos.

Publicado el 17 de febrero de 2019

Texto de Alfonso Trulls para su columna Impresiones de un foráneo

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