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À bout de souffle

Instintivamente, y aunque sepa que no lo es, tiendo a considerar Campo de amapolas blancas como la primera novela de Gonzalo Hidalgo Bayal. Supongo que se debe a que, por su carácter breve y accesible, a menudo la he recomendado como primera lectura, como puerta de acceso a la narrativa de un autor que de entrada puese resultar difícil, pero también porque puede que en ella esté condensado todo Hidalgo Bayal: su prosa magnífica y exigente, el melancólico pesimismo que recorre todas sus novelas, el universo cerrado y oprimente de Murania, las acechanzas del destino, la pobre condición humana, la condena del hombre a no dejar nunca de ser quien es. Además, hay otro elemento que contribuye a esa consideración primera o primordial por mi parte, y es que Campo de amapolas blancas tiene mucho de novela de formación, iniciática, y que en ella, aparte del retrato de una amistad perdida, está también el del propio escritor en su época en un colegio de provincias, en su paso por la Universidad, en la convivencia en un piso de estudiantes en Aluche o en los veranos trabajando en París, situaciones que constituyen también los primeros pasos de su camino hacia la Literatura.

Digo todo esto porque La escapada su última novela, recién publicada por Tusquets tiene mucho que ver con Campo de amapolas blancas. Se me antoja su reverso –no diremos tenebroso, porque no lo es, pero tampoco luminoso, pues no es la luz lo que reina, por lo general, en las novelas de Gonzalo Hidalgo–, una suerte de novela de llegada, el final –citemos a Godard– de la escapada. En ella, el reencuentro con un antiguo compañero de Universidad, más conocido que amigo, sustrato de Foneto –personaje secundario, casi accidental, de alguna de sus novelas–, le sirve al autor para hacer recuento, para volver a los años de Facultad, a la alegre camaradería de Aluche, a las sesiones interminables de cine, a evocar los sueños de unos y de otros –eruditos, catedráticos y escritores en ciernes en un tiempo para todos de esperanza– y ver, a la postre, qué fue de ellos.

Y entre todos destaca este Foneto –apelativo que Gonzalo Hidalgo, tan reacio a los nombres propios, emplea de principio a fin para referirse a su acompañante–, personaje principal de la novela, diametralmente opuesto al H que protagonizaba Campo de amapolas blancas, pues si aquél aspiraba a todo y acababa por quedarse en nada, éste es el retrato de la renuncia, de alguien consciente, ya desde joven, de que el suyo es un viaje a ninguna parte y que opta por enrocarse y desistir de toda ambición, lo que hace que, al final, parezca alcanzarlo todo, y que uno tenga la sensación de que la suya, desde la discreta atalaya de un quiosco de prensa, ha sido, a la postre, una vida plena.

Por lo demás, en La escapada no sucede –discúlpenme la rima interna– apenas nada. No es más que la narración de un encuentro inesperado y la reconstrucción de una anodina peripecia vital a partir de las conversaciones en torno a una cerveza, a un vino y a un orujo, hecha además, en muchas ocasiones, de forma hipotética, tratando de rellenar los silencios y omisiones de Foneto. Y sin embargo –he aquí una nueva paradoja–, como sucede con las grandes novelas, al leerla uno tiene la impresión de que en ese apenas nada se encuentra todo, y no sin motivo, porque ya no es que en las trescientas páginas de La escapada uno pueda hallar, junto con la narración principal, numerosas y ricas consideraciones de orden filológico, reflexiones sobre el lenguaje, la novela o la construcción de personajes, sino porque –como tiende a suceder con las narraciones de Gonzalo– la exposición de ese raro ejemplo de estoicismo extremo que es Foneto, de su radical propuesta ética, nos lleva a meditar, en clave metafórica, o parabólica, sobre nuestra condición y sobre nuestra forma de enfrentarnos al mundo, y porque en esa descripción vacilante y conjetural de encuentros y desencuentros, de aciertos y malentendidos, y en el esfuerzo del narrador por enhebrarlos, por intentar establecer, entre todos ellos, razones, causas y consecuencias –esfuerzo que responde a nuestra necesidad de dar sentido a la existencia convirtiéndola en un relato–, hay mucho de lo que es –o debe de ser– la vida.

Esta de PlanVE es una sección de recomendaciones de lectura, he comenzado esta reseña contando que a menudo he recomendado Campo de amapolas blancas para iniciarse en la obra de Gonzalo Hidalgo Bayal, y si me preguntasen ahora, para terminar, si recomiendo La escapada, incluso si se la recomendaría a alguien que no hubiera leído nunca nada suyo, respondería que sí, que también, que desde luego, y lo haría con toda tranquilidad, porque es una novela magnífica y porque, en el fondo, estoy convencido de que da igual por dónde se comience con Gonzalo, porque es un escritor extraordinario y porque uno puede abrir y empezar a leer cualquiera de sus libros con la absoluta seguridad de que en él se encontrará siempre con el mejor Gonzalo.

 

La escapada

Gonzalo Hidalgo Bayal

Tusquets Editores

18,00 euros

Publicado el 1 de febrero de 2019

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