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Ritos, usos y otras manías simpáticas y placentinas

Uno vive aquí, en Plasencia, el suficiente tiempo como para percatarse al detalle de algunas costumbres inveteradas de personas que se dejan ver en la zona amurallada y en el rincón que uno suele frecuentar en sus diversas actividades. Da igual -que es lo que viene a ser lo mismo- ir camino de la sesuda biblioteca de la UNED o de la novelesca Municipal, marchar diligente hacia el Hogar de los Mayores allá por Berrozana para comentar un libro, visitar exposiciones en el Centro Cultural Las Claras o en el espacio Blomberg en Rúa Zapatería, también ojear y comprar libros mientras se toma un café (mejor un verdejo) en la Librería Tannhäuser y verse una peli estupenda en la Sala Verdugo de la Filmoteca Extremeña para después trasegar un espiritoso escuchando una voz con guitarra roquera -mejor bluesera- en la sala Impacto, allí, frente a la Catedral y siempre admirar, mirar y remirar el retablo del Divino Morales en San Martín o bien hacerse ‘la ruta de las cañas’, un deporte finsemanero de carácter halterófilo que se basa en el levantamiento aleatorio de vidrio en distintas barras fijas.

Pues eso, a lo que voy foráneo, que dependiendo de las horas que marches por esos lugares y rincones, siempre te saludarán y corresponderás con el ulterior chascarrillo a gentes habituales sin las que no podríamos vivir. Un decir, por ejemplo, Marisa la simpática churrera, Jóse el de los güevos (con perdón) que los tiene muy buenos, Alvarito el de las carnes rojas y blancas, a Fred Astaire (yo le llamo así y no le molesta y él me llama Cabeza Lobo y me gusta) que es un hombre alegre y sempiterno caminante tempranero, a pesar de haber sufrido hace tiempo un accidente que le dejó las piernas hechas polvo aunque él las maneja con maestría, ritmo y rapidez; el Rober alias ‘Chalupa’, el panadero que siempre va en camiseta en crudo invierno porque nunca tiene frío y que además y de vez en cuando me cuida y me regala una buena muestra de su producto; el inestimable José María, ese amigo y hombre del taxi que cuando me recoge, siempre y por norma se le ‘olvida’ poner en marcha el contador de las perras; y otro que tal, Pepe un músico de banda ya jubilado -ahora experto crucigramero- que se preocupa y pregunta por uno si no me ve aparecer por el bar con mi ‘tablet’ a la hora del café matutino. Y claro está, hay otros que siempre te cumplimentan el día como el cartero, el repartidor del butano ya mayorcito pero cachas, el camarero de la terraza invernal estufada y de cuyos nombres lamento no recordarme debido a mi desgastada memoria retentiva. Y no digamos nada, que no sea para apreciar su cariñosa cercanía, de aquellos más queridos como Juanjo, Rodrigo, Emilín, Álvaro, Javi, Pedro, Mariano y varios Josés, todos dedicados en alma y simpatía a la hostelería, que es un bonito pareado que me ha salido sin haberlo pensado.

Pues eso.

Publicado el 24 de enero de 2019

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