Uno observa por aquí, a mi alrededor, a las personas que se dejan ver más encendidas de lo normal. Es lo de la vida misma de siempre, la gente es agradablemente habitual: se les vivifica la alegría cuando se hace fiesta y vuelven a la cotidianidad de carácter, sin amargura, en los días que no son festeros. Hay otras personas que son muy planos en sus sentires -si es que los tienen- porque invariablemente tienen el semblante con gesto inexpresivo, ni sonríen ni muestran nunca alteración alguna en su eterno aburrimiento, son personas de carácter inmerso en una soterrada misantropía, vamos que nunca se encienden, que siempre están apagados, pobres. Son pocos, afortunadamente.
Como a mucha gente, estas fechas le afectan a uno. La sonrisa aparece enseguida, fácil y amplia, en compañía de los cercanos pero también la nostalgia acecha en los momentos de soledad. Lo usual es que uno adopte la actitud que surge dependiendo del ambiente que le propicien los seres que tenga próximos, si es que estos se le acercan, ya que las distancias y las monomanías -como las chifladuras- pueden ser fatales cuando se suman a la distancia. Sin embargo, aunque las particularidades que puedan cercar el ánimo de cada uno amenazando con menoscabar la aparición de la sonrisa, basta con pasear el alma por esta ciudad para contagiarse de sus ganas de estar festiva cuando se enciende de colores que avivan el calor de sus gentes. Sin demasiados jaleos y asfixias multitudinarias, es muy sencillo sentirse bien y envolverse en ese regalo que es Plasencia, una ciudad que se entrega sin interés a quienes la aprecian como es, monumental, sencilla y ahora muy alumbrada.
El hecho de pasear entre caña y caña y contemplar la Catedral placentina -ahora ataviada con brillos de amistad y recuerdo- hace que el alma de cada uno se anime a compartir y disfrutar de los sentimientos de los demás. Ya ni te digo si tus oídos perciben los acordes de la inolvidable voz de Bing Crosby entonando la canción de Irving Berlin. Con “White Christmas” imposible que no te baile el corazón.
Publicado el 20 de diciembre de 2018
Texto de Alfonso Trulls para su columna Impresiones de un foráneo