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La foto turista

El fototurismo es junto con el autoretrato by myself, creo yo, las especialidades fotográficas más difundidas en el mundo entero. Utiliza herramientas de todos conocidas. La más común es el smartphone, artilugio cómodo y versátil donde los haya porque te guarda, archiva y clasifica inolvidables recuerdos, al mismo tiempo que te permite enviarlos a tus amigos y demás seres queridos de forma personalizada. Para mayor gozo, el mismo cacharro puede subirlos sin ascensor a las marañas sociales para que todo quisque vea el viaje, la comida u otras cosas o asuntos que te estás mandando para el cuerpo. No importa que el güasap te trocee la calidad que la imagen pueda tener, no pasa nada, lo sustancial del envío es que se vea lo que haces, que se envidie, no que se aprecie, que eso es contenido de otro costal.

Existen profesionales de esta especialidad y de otra que siempre hemos conocido como verdaderos aficionados a la fotografía. En cuanto a esta última, se definen como artesanos de la expresión mediante una fotografía que contiene méritos artísticos. No tienen nada que ver. No es que unos desmerezcan comparados con otros, no, simplemente es que unos aman la imagen y los otros solo la utilizan.

Uno que vive en Plasencia, una ciudad cuyo contenido histórico pide a voces mil fotografías, ve frecuentemente a algún que otro arquetipo de fototurista profesional. El porte -casi siempre masculino y no me pregunten el por qué- es siempre muy similar. Hombre de mediana edad al que le cuelga del cuello un cacho cámara de marca vistosa y que camina mirando mucho a todos los lados, acompañado de esposa o mujer sin concretar. El cuerpo de la cámara suele ir equipado con un tubo (teleobjetivo) impresionante e incómodo que se balancea peligrosamente de una lado a otro del entorno de su generoso estómago. Es una lente o conjunto de ellas solo útil para pillar fotinchis de animales peligrosos en Tanzania e inútil para captar un buen plano a la Catedral, por ejemplo. El lugar donde inevitablemente ocurre todo es en la calle Santa Clara. Al llegar al punto final de la misma se aparece de repente la belleza e inmensidad de la Catedral placentina, visión que desconcierta al admirado, boquiabierto e inmóvil fototurista. Este no sabe cómo reaccionar adecuadamente. En un principio inmediato se lleva el artefacto delante de la cara; gira y gira automáticamente la óptica para adelante y para atrás intentando meter algo de aquel monumento en la pantallita que tiene delante de sus ojos. Imposible, abandona el intento, habla con la mujer que tiene a su lado, le pasa la dispendiosa cámara de safari sacando del bolsillo del pantalón un móvil con el que apenas sin mirar y mucho menos encuadrar y….¡zas! ya tiene memorizado el recuerdo fototurista. Tan feliz. Y es que, sea como sea, hay que tener para siempre un documento gráfico que acredite la estancia en esta ciudad y su región, porque en caso contrario no se va acreditar la visita a la guapa Extremadura, empezando por su norte placentino, como debe ser.

Publicado el 28/10/2018

Texto y fotografía de Alfonso Trulls para su columna Impresiones de un foráneo

Impresiones de un foráneo

 

 

 

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