El cementerio de Montánchez se despliega en la ladera de la montaña, en varias terrazas y con las mejores vistas. Sobre él, el castillo parece vigilar o cuidar a los que descansan para siempre. A lo lejos se ven pantanos, montañas y carreteras. Después de una tormenta, cuando el cielo queda limpio y el sol seca la tierra, desde el cementerio de Montánchez se pueden llegar a ver hasta 50 municipios y los caminos que los entrelazan. No en vano, en el año 2015, el camposanto de Montánchez recibió el premio al Mejor Cementerio de España.
En el mundo del turismo aumenta el número de personas que acuden a los cementerios de las localidades que visitan, porque son una parte importante y cuentan algo de la historia del lugar. Algunos lo llaman necroturismo, otros simplemente curiosidad. Sin lugar a dudas, el cementerio de Montánchez es a Extremadura lo que el cementerio de Pére Lachaise es a París, un lugar emblemático que bien vale una visita.
Montánchez es un pueblo de montaña, con casas que suben por las laderas y calles que serpentean para alcanzarlas. Las tiendas de venta de jamones y embutidos abundan en calles y plazas. Las viñas, los olivos y los huertos, adornan los alrededores cercanos. Las personas suben las cuestas y bajan con sus carros de compra, o en sus paseos o en el quehacer diario. Es un pueblo lleno de vida, coronado por un célebre cementerio y un castillo, que es un regalo de la Historia.
El castillo, en la cumbre, es tan antiguo que su origen pudiera ser visigodo. En su regazo está el cementerio, construido en 1810. Dentro hay lotes de nichos distribuidos en varias calles. Vemos algunas tumbas bajo la piedra del suelo, cruces muy antiguas indican enterramientos lejanos en el tiempo, sin fecha, sin nombre, sin recuerdos. Hay lápidas talladas de principios del siglo XX. Otras, borrosas, parecen no recibir visitas. Las flores de plástico dan un toque de color a la piedra gris. El color verduzco de la humedad se extiende entre las tumbas, trepando hacia los nichos, por los rincones, las escaleras y las tejas de los pequeños edificios.
El silencio lo ocupa todo, aunque a veces se escuchan pasos, alguien coloca unas flores en un nicho o sale cabizbajo después de una ofrenda. Hay voces que llegan de los huertos cercanos, risas de niños que corren por las calles el pueblo. El sonido sube y llega al cementerio como la banda sonora de una película que sigue proyectándose, aunque no haya espectadores en la sala.
Un frondoso pino se muestra lleno de vida en la explanada y un granado parece mostrar sus músculos a las visitas. Al cementerio de Montánchez se accede por dos entradas, siempre abiertas, de día y de noche. Una pequeña reja separa a los que descasan para siempre de los que se afanan por vivir. En una de las entradas, la más cercana al castillo, hay una inscripción que advierte: “Templo de la verdad es el que admiras / No desoigas la voz que te advierte / Que todo es ilusión menos la muerte / Mansión es esta de silencio y calma / que solo al hombre pecador aterra / Aquí vuelven los cuerpos a la tierra /Y a la nueva vida se despierta el alma.”
Arriba, más cerca del cielo que de los ríos, los que que han dejado esta vida aguardan una visita que deletree sus nombres, que detenga sus ojos en los ojos que ellos tuvieron. El tiempo así parece detenerse, pero entonces una bandada de pájaros rompe el silencio con su bullicioso vuelo sobre el cementerio de Montánchez.
Publicado en octubre de 2018
©Planveando Comunicaciones SL