En su anterior libro, Los últimos perros de Shackleton, el poeta ibicenco Ben Clark utiliba la esforzada aventura del explorador irlandés Sir Ernest Henry Shackleton como metáfora del amor, asunto principal del poemario, una aventura no menos esforzada y que, como la de cruzar la Antártida de punta a punta atravesando al polo, a menudo requiere de riesgos, de apuestas, de sacrificios. Un mecanismo similar, el de emplear un motivo histórico como emblema y metáfora de un libro de poemas, pone en marcha el autor en su última entrega, La policía celeste, que le ha hecho merecedor del prestigioso Premio Loewe. En este caso, el título evoca la primera sociedad astronómica del mundo, la llamada Himmelspolizey, que, como Ben Clark explica en el prefacio, reunió a en el año 1800 a seis astronónomos para tratar de encontrar un “planeta perdido” que, según la ley de Titius-Bode, debía existir entre las órbitas de Marte y Júpiter.
Al igual que en Los últimos perros de Shackleton resultaban raros luego, en los poemas, el hielo, la nieve o los perros, poco hay de astronomía, en sentido estricto, en este nuevo libro, apenas un poema protagonizado, en buena medida, por el cometa Halley, alguna referencia a agujeros negros, a la Luna, a Marte, y poco más, pero al mismo tiempo –y hay está lo extraordinario del caso– todo parece orbitar en torno a una intensa búsqueda en el cielo, no la de un nuevo “planeta perdido”, sino la de las huidizas coordenadas del lugar al que vamos cuando ya no estamos aquí, cuando morimos, todo ello motivado, en gran medida, por la pérdida del padre, que protagoniza una parte fundamental de los poemas. La pérdida lleva al poeta a una reflexión sobre el pasado, el de su abuelo Norman, que se quedó calvo en una sola noche al recibir la noticia de la muerte de su hermano Leslie en Berlín (“El mejor de los mundos posibles”), el de su padre construyendo un horno detrás de casa (“El horno”) o su propia infancia de niño rubio, coleccionando “fósiles / o dibujando bestias luminosas / del fondo del océano” (“La habitación”), pero también a hablar sobre el orgullo paterno (“Mi hijo, el poeta”), sobre el miedo (“Arte”), sobre el amor (“Correspondencia”) o sobre la complicidad entre hermanos (“La fiesta”), en un libro magnífico, escrito en metros clásicos, con un lenguaje solo en apariencia sencillo, a menudo desenfadado, siempre intensamente poético, con el que Ben Clark –uno de esos escritores con los que, al leerlos, te entran unas ganas horrorosas de escribir, y los que lean de vez en cuando estas columnas sabrán de qué les hablo– ha logrado disfrutar de un amplio reconocimiento como poeta, y no sólo como poeta de su generación.
Ben Clark ha visitado Plasencia en, al menos, dos ocasiones, en la última edición de Centrifugados y para presentar justamente este libro, La policía celeste, en la librería La Puerta de Tannhäuser y les digo, por experiencia, que es un poeta muy vital, con una presencia imponente, al que siempre es un placer escuchar recitando versos. Por eso yo no perdería la oportunidad de verlo, o de volver a verlo, en el Aula de Literatura “José Antonio Gabriel y Galán”, en la Sala Verdugo, el próximo miércoles 17 de octubre, a las 20:00 horas, en la sesión inaugural del nuevo curso. Allí nos vemos.
La policía celeste
Ben Clark
Visor de Poesía
12 euros
Publicado el 12 de octubre de 2018