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En busca de refugio

Decía yo en esta misma sección de PlanVE al hablar de Más allá, Tánger, el anterior libro de Álvaro Valverde, que con él el autor parecía dar un paso adelante en una especie de viaje poético que habría comenzado en su libro Desde fuera y que le habría conducido hasta el norte de África a través de los paisajes del sur de Extremadura pintados por Ortega Muñoz primero y de las luminosas costas de Cádiz después. Pues bien, en poetas como Álvaro Valverde, para los que la escritura tiene mucho de indagación, de búsqueda, este tipo de viajes acaban siendo en buena medida aparentes, pues lo que late en el fondo, por debajo de lo exótico, es la necesidad de seguir ensayando círculos, de seguir dándole vueltas –aunque sea tomando distancia y perspectiva– a los temas de siempre, al puñado de obsesiones sobre el que se funda, al final, la obra de un escritor, sobre el que se funda quizá también, a fin de cuentas, la Literatura.

Es la sensación que a uno le queda después de leer su última entrega, El cuarto del siroco. El libro –quizá el más extenso de los suyos– está compuesto por poemas que, como señala el autor, fueron escritos al mismo tiempo que los de Plasencias o Más allá, Tánger, como si –pensando sobre todo en este último– durante su escritura encontrase la necesidad de regresar de cuando en cuando a sus lugares comunes. Publicados muchos de ellos en revistas literarias y ordenados ahora en este nuevo volumen, los poemas de El cuarto del Siroco tienen en común apuntar hacia el mismo centro del territorio poético de Álvaro Valverde. En ellos nos reencontramos con el agua (“Fuente de los alisos”, por ejemplo), con los paseos por el río (“Otoñal”), con el molino (“En el molino”), con los baños en el estanque (“Baño”), con paisajes conocidos de comarcas cercanas (“Una metáfora”) y rincones de lugares extraños a los que el poeta llega para acabar volviendo a casa (“Évora”), pero también con esos viajes que a menudo emprende para imaginarse el mundo desde los ojos de otro (“Interior (Hammershøi)”) y, desde luego, con los libros, con la biblioteca, con la lectura (“El lector” especialmente), todo ello en una colección que evoca en su título una cita de Leonardo Sciascia en El caso Moro –un libro y un autor, por otra parte, absolutamente recomendables– según la cual –en palabras del propio Álvaro– “en las casas patricias sicilianas había una habitación donde las familias nobles se guarecían mientras soplaba el temible siroco, impetuoso viento del sudeste que atraviesa el Mediterráneo procedente de los desiertos del norte de África (…). La stanza dello scirocco, en italiano, era un refugio que uno interpreta también como metáfora de la poesía. Y de la vida, que es lo mismo”.

Los de El cuarto del Siroco son, pues, poemas en los que el autor busca refugio, refugio, por ejemplo, contra la pérdida, que protagoniza una parte importante de esta entrega, la de amigos como Santiago Castelo o Ángel Campos Pámpano –al que es posible adivinar detrás de muchos de ellos– o la de familiares como la abuela Inés, el tío Pepe o papá Ía, ausencias que enumera en “Los muertos” y que, como reconoce, forman parte indisoluble de él mismo.

El viento, el tiempo y la vida nos vapulean a todos, y por eso el lector acaba por encontrar también abrigo en estos poemas escritos en tono de confidencia, en los que el verso se acomoda con naturalidad al decir, el decir al verso, y de los que bien se pude afirmar que con ellos el autor ha ahondado más si cabe en esa transparencia a la que desde hace tiempo aspira y a la que a menudo se ha referido empleando, como imagen, la de las claras aguas de las gargantas de los valles que rodean su ciudad (la mía), esas en las que, aunque el fondo parezca al alcance de la mano, uno puede sumergir el brazo hasta el hombro sin llegar a alcanzar un guijarro, una imagen que se repite en el poema que “A modo de poética” abre ésta, su última entrega, en los versos que dicen: “Como el agua, / que, toda claridad, es espejismo / que revela cercano lo distante. // Como el agua, / que la mano atraviesa confiada / y nunca, sin embargo, toca fondo.”

Después de Desde fuera y de Más allá, Tánger, El cuarto del Siroco nos propone un viaje hacia dentro, hacia el origen, en busca de paisajes de interior, bibliotecas, patios, jardines o calles estrechas, resguardadas, en las que sentirnos, siquiera por un instante, protegidos, y constituye, sin lugar a dudas, una oportunidad extraordinaria, que no deberían perderse, para volver a encontrarnos con la mirada, con la forma de ver el mundo de Álvaro Valverde, que, como su poesía –si es que una cosa y otra pueden separarse–, es cada vez más clara y más profunda.

 

El cuarto del Siroco

Álvaro Valverde

Tusquets Editores

15  euros

Publicado el 28 de septiembre de 2018

 

Grupo MHC

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