
Con Tío Lorenzo Azabal Duarte, que era toda una fuente del saber antiguo, hablé en muchas ocasiones. Un excelente informante que me desentrañó numerosos interrogantes sobre aquella tierra de Las Hurdes tan llena de mitologías y episodios legendarios,que nada tienen que ver con las leyendas que novelistas folletineros urdieron desde el exterior, a espaldas de tan fascinante comarca. Y Tío Lorenzo, que era un auténtico “jabalín” (así se denominan cariñosamente a los vecinos de El Cerezal), me refería que su pueblo se llamaba antes El Maúl, situado en una zona más elevada que la actual. Allí, por lo visto, vivían, en sus casas de piedras y con los tejados de lanchas, antiguos pastores que los llamaban los “runcones”. Eran pastores-guerreros, dueños de todas esas sierras del territorio jurdano, que abarcaba la montaña sagrada de la Peña de Francia y se extendían hasta donde la Rivera Tuna se juntaba con el río Alagón, allá por los parajes de “Bocalarroyu” y “Gorronosu”. Su “capital” se encontraba, a tenor de lo que me relataba Tío Lorenzo y otros viejos informantes, en la “ciudá de Ébura”, por donde hoy se halla el pueblo de Aceituna del Canchal.


A dos tiros de honda, el sitio del “Triñuelu”, que nos trae ecos de enterramientos tumulares que se remontan al Calcolítico. Y de ese período, que otros llaman el Eneolítico o Edad del Cobre, se yergue, majestuoso, a no muchos metros de distancia, en la horca que forman los ríos Jurde y Marvillíu (Hurdano y Malvellido), el cerro de “La Lancha de la Era del Miju”, donde se asentaron los “jabalínih” prehistóricos. Estelas diademadas, cerámicas, material lítico trabajado y pulimentado y otras huellas son claros indicios de su presencia. Lástima que la excavación arqueológica emprendida en el año 2000 quedara a medias y haya sido alterada por pistas encementadas y torretas eléctricas, sin que la Administración autonómica, perfectamente enterada del caso, haya tomado cartas en el asunto contra la empresa responsable de tales desafueros. En el ánimo de muchos paisanos de la comarca está el que se ultimen estas excavaciones y se pongan en valor, así como que se levante de una vez por todas el prometido “Museo de Las Hurdes”, a ubicar en la antigua factoría de “El Jordán”, en Nuñomoral. No hay que olvidar que Las Hurdes es todo un oasis del Calcolítico y jamás se ha llevado a cabo una excavación en toda regla.

Nuestra Señorina
Nuestros muchos y buenos amigos “jabalínih” siempre conocieron a la Virgen de la Asunción con el nombre de “Nuestra Señorina” y bueno es que lo sigan manteniendo en los carteles, ya que la originalidad y singularidad son mucho más atractivas y se venden mejor de cara a un turismo de corte rural e integral.

En estos días de agosto, cuando numerosos cerezaleños emigrantes han regresado a la patria chica, las fiestas de Nuestra Señorina se celebran por todo lo alto. Todo comenzará, según afirma el programa confeccionado por el “Club de las Tonterías” y la comisión de festejos, el viernes, día 11, con el montaje de la barra al aire libre, pinchos y música a tutiplén para todo el que se arrime al pueblo donde confluyen dos ríos y una serpenteante garganta. El domingo, 12, habrá “guerra de globos”. Al siguiente día, lunes, se procederá a un reparto de camisetas, con motivo del XX aniversario de la creación del “Club de las Tonterías”. Por la noche, opípara cena de hermandad y la correspondiente verbena popular. Imágenes antiguas y modernas del pueblo de El Cerezal y su entorno se proyectarán el martes, día 14. Entre ellas, las que hacen mención a “Loh Tejárih” o “Valli de loh téjuh”, una magnífica y centenaria tejeda, conservada en medio de una de las pocas manchas de bosque autóctono que queda en la zona, ya que fue arrasado en su mayor parte durante la dictadura franquista, con la abusiva repoblación de pinos y eucaliptus. Esta tejeda está considerada como espacio medioambiental de Interés Singular por la Junta de Extremadura.


El día 15 es la auténtica efemérides de Nuestra Señorina. A primeras horas de la mañana, la tradicional “arborá”, con dulces, aguardiente y tamborilero. Luego, solemne misa y tradicional procesión. Acercándose el mediodía, una gran paellada para todos los asistentes. Dicen algunos irónicamente, en relación con las paellas que se degustan en las fiestas de una gran mayoría de pueblos de la zona, que a los jurdanos les gusta más el arroz que a los chinos y que acabarán con la piel amarilla y los ojos rasgados. Se echan de menos las gastronomías propias de la comarca, que son las que atraen a los viajeros y que pagarían incluso por degustarlas en esos festejos. Para bajar el arroz, del que dicen que es comida ligera y que, en un tris, se baja a los “carcañálih” (calcañares), vendrán después los toques de la charanga y… ¡a mover la masa anatómica hasta que los huesos aguanten! Todavía seguirán las fiestas los días 16, 17, 18 y 19, con competiciones deportivas y guerras del agua (muy criticadas estas últimas por algunos al considerarlas toda una afrente hacia aquellas gentes que en el mundo carecen del líquido y vital elemento para calmar su sed y atender unas mínimas necesidades de aseo). También, carreras de sacos, otros concursos y mucha música que se desparramará por todos los contornos, despertando hasta las osamentas de aquellos prehistóricos que anduvieron correteando por los parajes de “La Canchera Buracá” y “Lah Barrérah del Osu”, “El Arroyu de lah Morocónah” y “El Charcu de loh Malínuh”, “El Golleti” y “Loh Robreínuh”, “El Valli la Mielra” o “El Charcu Rollón”. Todos ellos lugares cargados de nebulosas leyendas y de historias casi inverosímiles, que para sí las quisieran otras demarcaciones que se hallan allende las fronteras de los siete concejos de la comarca natural de Las Hurdes.

Publicado el 10 de agosto de 2018