Durante algunos años, en la época de esplendor de los blogs, que parecían haber llegado para quedarse, para instalarse entre nosotros incluso como auténtico y definitivo género literario, funcionó uno titulado “Las afinidades electivas” en el que un escritor compartía su biografía junto con una breve muestra de su trabajo y, de paso, mencionaba a otros escritores con los que le unía alguna suerte de afinidad, permitiéndoles además participar, compartir su trayectoria y su trabajo y dar otros nombres, lo que hacía del blog un curioso modo de ir dando a conocer escritores en cadena. Yo no sé -ni tampoco me he tomado la molestia de comprobarlo, la verdad- si Rubén Castillo apareció en ese blog alguna vez y ni siquiera si llegué a hacerlo yo mismo, pero el caso es que acabamos por encontrarnos, cuando cayó en sus manos uno de mis libros de microrrelatos, que reseñó en su página web, lo que me llevó a conocerlo y a leerlo, y así fue surgiendo una relación de lectura y admiración mutuas, de afinidad electiva, que todavía hoy perdura.
La lectura de Muro de las lamentaciones, libro de cuentos publicado a finales del año pasado por la editorial Baile del Sol (que también tenemos en común), ha venido a confirmarme el porqué de nuestra personal afinidad, el empleo, como piedra angular de su escritura, de una prosa rica, ágil, elaborada, en la que no faltan -pero tampoco sobran ni rechinan- imágenes intensas, sugerentes, de las que te obligan a detenerte y a leer dos o tres veces una misma frase antes de seguir adelante, el tipo de prosa, en definitiva, que me gusta leer y que trato, en la medida de lo posible, de practicar. Además, hay en Muro de las lamentaciones esa unidad temática que, aunque no sea imprescindible, a uno le gusta encontrar en las colecciones de relatos y que hace que el libro sea, al final, algo más que la suma de sus partes y que te cuente más de lo que, por separado, te cuentan cada uno de sus cuentos -disculpen, por favor, la redundancia-.
Haciendo explícita esa unidad temática, los de Muro de las lamentaciones son, como señala el texto de la contraportada evocando a Dante, relatos protagonizados por personajes en medio del camino de la vida, “seres que han descubierto con tristeza que los tonos grises han empapado sus calendarios” y que -citando de nuevo el texto de forma literal- “vivir, en ocasiones, es un ejercicio melancólico”. Los de Muro de las lamentaciones son personajes que quizá ya no saben mirar la realidad, como le sucede al protagonista de “Alucinaciones”, o que ven pasar la vida a la velocidad de los “Dos cuentos para que usted los escriba” que nos propone el autor en otra de sus piezas, o que se sienten identificados con un viejo pájaro disecado, polvoriento, deslucido y con no muchas plumas, extinguido a finales del siglo XVII y arrinconado en un modesto museo de Historia Natural, el que aparece en “La soledad del pájaro dodo”, uno de los mejores cuentos -a mi modo de ver- del conjunto.
Si, por una parte, los relatos tienen en común esa unidad temática, el libro es, por otra, rico y variado en sus planteamientos, con historias que suceden en medio de una cotidianidad cercana, casi de realismo sucio, como la de “En la cinta transportadora” o la de “El hombre de los zapatos color corinto”, junto a otros más -digamos- exóticos, como “Cartas de Wendy”, que transcurre en la Alemania del fin de la II Guerra Mundial, o el crudo relato “Estirpes”, que tiene de trasfondo un campo y una tierra agrestes, violentas, ancestrales. Si a todo ello añadimos una discreta colección de homenajes literarios, los que el autor dedica a Miguel de Cervantes y el Quijote en “El último caballero andante”, a Friedrich Hölderlin en “Las lágrimas de Gontard”), a Fernando Pessoa y a su heterónimo Bernardo Soares en “Si me mirara” o a Pablo Neruda en “Guillermina”, el resultado es un libro redondo, muy recomendable, como lo es esta estupenda última entrega de relatos de Rubén Castillo.
Muro de las lamentaciones
Rubén Castillo
Editorial Baile del Sol
10 euros
Publicado el 15 de junio de 2018