
La vida te lleva por mil caminos, por no decir dos mil uno, incluyendo odiseas de la tierra. Algunos de esos caminos son duros y difíciles de andar y nada que decir sobre lo de verles el final. Cualquier persona sabe algo acerca de eso, aunque otras muchas han sufrido lo que no está imaginado marchando media vida por caminos escabrosos desde que vieron mundo. Cuando ya se han recorrido, se olvidan con la esperanza de que no vuelvan a aparecer, ahora sintiendo bajo los pies lo bueno, paseando sobre lo mágico de la vida y de su destino complaciente. En cualquier ruta vivencial aparecen tropiezos, grietas en el alma y cicatrices en el corazón, pero el ser humano tiene fortaleza y mala memoria para lo largo y malo y excelente retentiva para lo breve y muy bueno, que es lo mismo que lo feliz. Esto, lo anterior y lo último -que es plausible- creo que es por todos reconocido.
Así que cuando llega el momento oportuno y dichoso, el personal y uno mismo se esparcen rompiendo las costuras del invierno estallando las apreturas inconvenientes y abriendo el espíritu al sol que nos abrasará, eso sí, felices y ligeritos de ropa. Y es que nos vienen a visitar los hados que bajan de Ambroz, de Gata, del Valle y otros maravillosos lugares para iluminarnos en Feria, en esa en la que Plasencia se viste más bonita todavía para iluminar la ciudad de fiestas, luces y magia.
Vámonos, que ya nos preparan las cañas; ven que nos protegen los hados placentinos, que estamos a cubierto de penas, que ya viene la alegría, que le des un beso a quien te cuida. Que quieras a quien te quiera, queriendo mucho.
Texto y foto de Alfonso Trulls para su columna Impresiones de un foráneo
Publicado el 15 de junio de 2018