
Pascual Madoz Ibáñez, pamplonica de nacimiento y que llegaría a ser, entre otros muchos cargos, en 1868, Presidente del Consejo de Ministros de España y de la Junta Provisional Revolucionaria tras la caída de la reina borbona Isabel II (cargo que solo le duró desde el 30 de septiembre al 3 de octubre del citado año), llegó a escribir aquella voluminosa obra denominada “Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus provincias de Ultramar”. La comenzó en 1834 y la culminó en 1850. Y en sus páginas le dedica unas líneas al pueblo de La Aldehuela (“L,Aldigüela, en el habla de la zona). Entre otras cosas, nos dice:
“Alquería de la provincia de Cáceres (20 leguas), partido judicial de Granadilla (5 leguas), del concejo de Pinofranqueado, en el territorio de Las Hurdes: situada al pie del puerto del Esperabán. Ventilada por todos los aires menos por el N.; clima frío pero sano. El terreno es sumamente áspero, quebrado, pobre y montañoso, cubierto de robles, brezo y madroño. Produce: centeno, aceite, vino de parrales, castañas, lino, frutas y legumbres. Se mantiene ganado cabrío, vacuno, puercos y granjería de colmenas y mucha caza mayor y menor. Población: 25 vecinos: 102 almas”.

No creemos que Madoz estuviese en La Aldehuela. Generalmente, acudía a los párrocos de los pueblos o a los Ayuntamientos para que le enviasen los pertinentes datos. Interesante su información sobre los bosques de robles y el ganado de cerda (puercos que se alimentarían con la bellota de tales árboles) y vacuno (la raza autóctona de la vaca “cachana”, ya extinguida). Ellos nos da pie para hablar de otras socioeconomías que aún permanecen en la memoria colectiva de los jurdanos más ancianos.


El impresionante puerto del Esperabán nos trae nostálgicos recuerdos. Se alza imponente, bravío, como un coloso pizarroso que defiende Las Hurdes por su parte oeste de las tierras de Castilla. Ahora, se garabatea a través de él por una enrevesada tenia de asfalto, que muere de repente en cuanto encumbra la cima y se pone el pie en dirección a la aldea salmantina de Las Vegas de Domingo Rey. Aquí ya es pista terrosa, sin que la Administración de Salamanca haya tenido la generosidad y, en cierto modo, la obligación de hermanarse con Las Hurdes a través del alquitrán. Por cierto, en Las Vegas de Domingo Rey, o Vegas del Pajar, que le dicen otros (en realidad son dos barrios del mismo núcleo), me zampé los dos mejores huevos fritos de mi vida, con una ensalada bien nutrida y aliñada, y dormí plácidamente sobre una morena parva de centeno, casi recién tendida. En compañía de mi paisano y buen amigo Miguel Ángel García García, mochila al hombro y bajo el rigor del estío, emprendimos la subida al fragoso puerto por estrechas veredas de cabras, después de una de alocada farra en las fiestas patronales de la cercana alquería de El Castillo. Nos extraviamos entre tanto monte, tantos pizarrales mirando hacia el abismo, tantos liliputienses caminos y tantos aborregados nubarrones que jugaban a zafarse de un sol que derretía hasta las piedras. Mediodía era y la fortuna quiso que un ángel caído del cielo saliera a nuestro encuentro. Creo que se llamaba Isidoro Gómez Iglesias, mozo solterón, embutido en una chaqueta con muchos años y no propia para un mes de julio y con una cesta al hombro, llena de manojos de orégano. Al principio, receló y se puso en guardia con su rústico cayado. Pero, luego, todo fueron sonrisas, que salían a raudales por su boca desdentada. “Voy a vel si puedu vendel éhtah manáh d,oriéganu en un pueblu qu,ehtá máh allá, que le dicin Lah Agállah”, nos comentaba. ¡Un viaje de ida y vuelta en una sola jornada para vender unas diminutas garbas de orégano a través de un endemoniado puerto de montaña! ¡Increíble! Nos regaló una almorzada de riquísimas manzanas, nos descubrió una fuente donde refrescarnos y nos encaminó hacia Las Vegas. Jamás olvidaremos tanta generosidad.

De ruta y de fiesta

Muchas más veces volvimos a La Aldehuela, sobre todo a visitar a nuestros buenos y grandes amigos Ángel Sánchez Sánchez e Irene Martín Azabal. Tío Ángel, auténtico campesino jurdano y un hábil artesano. Todavía conservo una especie de extraño idolillo de madera, fabricado por sus manos, que me regaló, diciéndome: “Cógilo, qu,ehti eh cumu una imagin de loh antíguh diósih de Lah Júrdih”. No cabía mayor hospitalidad en aquella casa. Nos abrían las puertas de par en par y nos ofrecían el sabroso queso de sus cabras y el recio y afrutado vino de su bodega. A su mujer, Irene, que era oriunda de la alquería de El Gasco, y a él le grabamos muchos cuentos, romances, leyendas y otras muestras de aquella antigua y secular sabiduría que recobraba vida por los años 90 del siglo XX. Una de sus hijas, Yolanda, fue, a mi vera, aplicada alumna cuando ejercía mis labores pedagógicas en aquellas Hurdes que aún siguen pegadas a las retinas de mis ojos.

Nos hemos entretenido más de la cuenta en relatos transversales, pero también son parte consustancial de la intrahistoria de La Aldehuela, la alquería que el próximo domingo, día 24, festividad de San Juan (fecha mágica donde las haya), conmemorará a la Virgen de Fátima. Algún clérigo de nuestra historia más contemporánea debió ser todo un fanático de la Virgen portuguesa, pues no reparó en las devociones de los jurdanos e implantó el culto a dicha virgen, sin tradición antigua y probada en esta comarca, en varios de sus pueblos. ¡Cuánto mejor hubiera sido dedicarle el día a San Juan Bautista, cuya fascinante noche está acrisolada por una tradición que, en Las Hurdes, se pierde entre las nieblas de los siglos y milenios!
Y ese domingo, sobre las ocho de la mañana, saldrán en dirección a Aldehuela los ruteros que embarcaron en el pueblo de Pinofranqueado, cabeza del concejo. Allí, a la cabeza, José Luis Gómez de Cáceres, concejal de los “Coloráuh” y cuya familia paterna procede toda de la mentada alquería. Llegarán a tiempo para proceder a la apertura de la barra de las fiestas, a la que acompañará una magna parrillada, por gentileza del bar “Al Quinto Pino”. Más tarde, al punto del mediodía, la misa, la procesión (la cual, si se precia de auténtica procesión jurdana, nunca estará falta de tamborilero) y el ofertorio. Y como la jornada es muy apta para llenar la panza, ya que de aquí saldrá la danza, pues, un poco más tarde, tocarán a rebato para acudir a meter el tenedor en la gran paella y a refrescar el gaznate con buenos vasos de sangría. Para desengrasar, las fiestas se cerrarán bajo los acordes de la charanga “Fabri”, cuyas notas subirán, siendo ya noche cerrada, hasta la cúpula de estrellas que corona el majestuoso y legendario puerto del Esperabán, por donde aún permanecen los ecos de las desdentadas y humildes sonrisas de nuestro gran amigo Isidoro.


Publicado el 22 de junio de 2018