Las tres opciones base para encontrarle empleo a 24 horas libres al día festivo, al de siempre, el de cada 7 días, al impávido domingo, son: A) salir de casa todo el día, desde por la mañana hasta por la noche. B) salir desde por la mañana hasta después del aperitivo con tapeo y volver definitivamente al principio de la tarde. C) No salir en todo el día, ni siquiera al balcón.
Dependiendo de las apetencias, los planes y los domingos de aquí son muy parecidos -excepto en clima- a los de New York, a los de London, los de Madrid y también a los de París, Los Ángeles, México D.F. y nada que ver con los de los desiertos. No lo aseguro por intuición, sino por haberlo comprobado in situ en esas capitales y lugares -dos o muchas veces- viviendo allí ese impertinente día de la semana. En cualquiera de los casos, para la mayoría de las personas con horario de trabajo y vida rutinaria, es un día favorito porque durante esas horas consiguen despegarse de la tediosa cotidianidad. Y sin embargo, esa falta de cotidianidad es la que hace que casi todos los domingos de países occidentales se parezcan. Desde luego que si estás en la India no creo que te vayas a quedar ese día en el hotel acariciando tu cámara fotográfica y viendo la tele para evitar que piensen que eres un ‘dominguero’, suponiendo que allí sepan que significa eso.
La jornada del domingo se caracteriza porque la mayoría de las personas hacen cosas y se mueven por sitios que no acostumbran entre semana. Hay tiendas y establecimientos públicos que cierran por lo que algunas iniciativas se truncan en ese día. Hay personas que se visten especial y refinadamente (?) para esa jornada y otras, informales pero aviás, no se despegan la camiseta ni el chándal del cuerpo. A uno, que se reviste el aseado cuerpo como cualquier día placentino, echa de menos la falta de cotidianidad. Hay que planificar la visita a la exposición, o la petición bibliotecaria, o la charla y café con algún agradable tertuliano en determinado bar para cualquier día que no sea ese, porque es precisamente en domingo cuando se alteran en unos casos o les cercenan en otros, aquellos horarios y costumbres de entre semana. Se da mucho aquí, en el norte de Extremadura, eso de que los del monte bajen a la ciudad (a cañas) y los de la ciudad suban al monte (a fresco y a cañas), especialmente cuando las temperaturas cogen el ascensor de subida. Ya se nota que la pequeña ciudad ensancha y estira los brazos para recibir visitantes que buscan alocadamente en la plaza asentaderas con vinino incluido. El caso es que uno, más o menos obligado por el carácter del séptimo de la semana, suele hacer cosas ese día que no maneja en otros pero que también son necesarias para el digno vivir en esta ciudad. El arte lo revisito entre semana porque ese día tiene exceso de personal, los libros ya los recogeré en laborable, al médico mejor no tener que ir y menos en domingo y a los ciudadanos habituales ya los veré en lunes y sucesivos, aunque nada más sea para comprobar que siguen como estaban después de un relajado domingo sin contingencia, que no es uno cualquiera, que este tiene ‘musho’ arte, que este es de aquí, que es un domingo de Plasencia.
Publicado el 22 de mayo de 2018
Texto y fotos de Alfonso Trulls para su columna Impresiones de un Foráneo