La Huerta todo un regalo: “(Esta alquería) pasa por ser una de las mejores y más ricas del concejo, por su posición, su hermoso campo, sus hermosos huertos (…) Ni los fríos vientos del Norte ni los hielos penetran allí, donde se goza, sin ponderación, de casi eterna primavera, y este es un riquísimo elemento agrícola. Está compuesta de dos barrios, con casas regulares y de dos pisos algunas. Hay alguna ganadería cabrial y colmenar. Existe en esta alquería la tradición de haber estado habitada antes de la invasión árabe, y luego también por éstos, y deocultarse en su recinto grandes tesoros, lo que en 1864 dio lugar a una gran conmoción entre sus habitantes y a que perdiesen todo el verano haciendo excavaciones en busca de lo que no apareció”. (“Las Hurdes: un mundo desconocido en la provincia de Extremadura”, por Romualdo Martín Santibáñez. Madrid, 1876).
Ciertamente, en Las Hurdes no hay espectaculares procesiones religiosas, ni solemnes pasos de Semana Santa ni sacrosantos eventos cargados de ornamentos púrpuras, botafumeiros y otras barahúndas celestiales. La historia religiosa de Las Hurdes está llena de recristianizaciones y reevangelizaciones, con conventos levantados desde el siglo XIV entre sus breñas, cuyo fin, según viejos legajos, era, hablando en román paladino, reconducir a unos montañeses hacia la “verdadera fe”, obstaculizada por paganas creencias que era preciso erradicar en nombre de Dios Todopoderoso. Hoy ya solo queda en pie el convento de Las Batuecas. Los otros (Los Ángeles, San Marcos y el Santo Niño de Belén) ya son un rimero de escombros. No pudieron con lo que la dogmática Iglesia Católica llamaba “creencias paganas”, pues todavía siguen vigentes ciertas huellas de las mismas, que no son otra cosa que el fruto de unos antiquísimos sistemas de símbolos y valores propios. Un modo distinto de entender la dualidad vida-muerte, con todas las manifestaciones antropológicas que ello conlleva, por la secular comunidad pastoril de esas montañas. Por cierto, antes de que la talla de la Virgen de la Peña de Francia fuera encontrada en 1434, ya era esa montaña sagrada para los jurdanos. La inscripción hallada entre aquellos riscos hace ya muchas lunas y en la que se mienta a la diosa Toga, semejante a otra hallada en el pueblo cercano de Martiago, nos habla de un posible lugar de culto prerromano en aquellas altitudes.
Virgen de Fátima
Pero la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, pese a que muchos clérigos en pasados tiempos suplicaran al obispo de Coria que los sacaran de aquellas fragosas montañas, continuó con su misión mesiánica y se encargó de ir creando capillas y patronazgos en las alquerías de la comarca. De aquí las modernas devociones implantadas en ese pueblo de La Huerta, perteneciente al concejo de Caminomorisco, y que tiene por patrona a la Virgen de Fátima, a la que celebrará por todo lo alto el próximo domingo, día 13 de febrero.
La Huerta ya no es lo que era, que la emigración la azotó con saña. Hoy, un puñado de vecinos, más los hijos llegados de fuera, celebrarán sus actos religiosos a media mañana, para meterse luego de lleno en toda una serie de juegos populares y acabar, en buena hermandad, bebiendo y comiendo a dos carrillos en el ágape comunal que denominan “loh pínchuh de la fiehta”. Nuestro buen amigo Nino (Saturnino Barbero Iglesias), hijo del que fuera gran tamborilero de la comarca jurdana, Dionisio Barbero Parra (Tíu Diunisiu), tocará la gaita y el tamboril en la procesión y, más tarde, echará mano de la dulzaina pastoril y deleitará a chicos y grandes. Nino es prácticamente el único hijo de Las Hurdes que aún sabe tañer ese arcaico instrumento musical, fabricado artesanalmente y propio de los antiguos pastores. Aunque se denomine “dulzaina”, poco o nada tiene que ver con los instrumentos que llevan el mismo nombre por tierras castellanas, aragonesas, cántabras o catalanas.
A Nino le suele acompañar Francisco Hernández Martín (“Quicu”), también con el tamboril colgado del antebrazo y, años atrás, Marcelino Sánchez Martín, otro huertano de pro, se marcaba melodiosos romances que se pierden en la noche de los tiempos. Más de dos veces se los escuchamos entonar, en algún receso del callejeo festivo, en la cálida y acogedora bodega del amigo Quicu.
Sencillas fiestas las de esta alquería de La Huerta, pero impregnadas del sabor hospitalario, familiar, ancestral, de compadrazgos acrisolados por los años, de afianzamientos de los vínculos intervecinales, evocando los antiguos bailes en las eras enlanchadas, de un vivir, en suma, ajustado a otras medidas y a otros tiempos. Seguro que las ánimas errantes de aquellos prehistóricos del Calcolítico que grabaron el petroglifo de “Lah Tabríllah” o anduvieron por “La Llaná del Terroju”, al igual que las que romanizaron el pago de “La Cebaílla”, se divertirán en tal jornada escuchando los ecos del festejo desde sus mundos ultratúmbicos. También el Reino o la República de La Nada existe más allá de la muerte.
Publicado el 11 de mayo de 2018
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