
El cine puede asustarme o hacerme reír, pero es raro que me emocione si por emoción entendemos hacerme llorar o ponerme definitivamente triste. Lo mismo es un problema de empatía o una excesiva conciencia de los mecanismos de la ficción, pero lo cierto es que las películas rara vez me tocan la fibra, aunque eso también tiene excepciones, determinadas escenas que me ponen siempre, por más veces que las vea, la carne de gallina, que hacen brotar en mí una suerte de orgullo o de emoción indignada, como cuando en Casablanca los parroquianos del bar de Rick entonan exaltados La Marsellesa o cuando los indígenas se defienden, sin ninguna esperanza, del ataque despiadado de las tropas portuguesas en La Misión. Son escenas que comparten una forma de inútil, desesperada rebeldía, pero rebeldía a fin de cuentas, algo que contiene también otra secuencia que siempre me emociona, el final de la película Sostiene Pereira, cuando el protagonista se marcha caminando por la Rua Augusta de Lisboa después de hacer lo que, movido también por la indignación y la rebeldía, tenía que hacer, y que no voy a desvelar aquí para no estropearle a nadie la historia.
Soy consciente de que en la emoción de esa escena final de Sostiene Pereira hay también un elemento de peso que se sitúa al margen de la trama, el tratarse de una de las últimas películas que rodó Marcello Mastroianni, lo que la convierte esa sonriente caminata final en una especie de despedida del magnífico actor, pero sea por esa razón, sea por otras, el caso es que esa escena me emocionó, y que me llevó a leer luego la célebre novela del no menos célebre Antonio Tabucchi, de la que también disfruté, y que por eso le ha llegado ahora el turno a la novela gráfica, firmada por el dibujante Pierre-Henry Gomont y publicada por Astiberri, y que tampoco me ha decepcionado en absoluto.
El del cómic sigue siendo el mismo Sostiene Pereira de la novela o de la película, pero incorpora su propia estética, sus propios procedimientos narrativos, que lo hacen muy interesante y perfectamente disfrutable con independencia de las versiones anteriores. Llama la atención cómo Gomont se decanta por un Pereira obeso, gordinflón, que se acerca más al del libro que al de la película, cómo aprovecha para pasearnos por los escenarios más espléndidos de Lisboa sin que en ningún momento las viñetas parezcan condicionadas por el deseo de recrearse en la ciudad, o cómo resuelve sin estridencias las contradicciones y dudas interiores del protagonistas -que en la novela describe el narrador y en la película una voz en off– por medio de una cohorte de pereiras diminutos, de colores, enfrentados, que, al modo del ángel y el demonio que acosaban a Fernandel en las películas de Don Camilo, aplauden o ponen en tela de juicio las decisiones del protagonista, y que resultan muy acordes con la tan pessoana teoría de la confederación de las almas que defiende uno de los principales personajes secundarios, el doctor Cardoso, que tanta importancia tiene en la novela.
Por lo demás, Sostiene Pereira, ambientada en Portugal en pleno salazarismo, durante la Guerra Civil española, en una etapa oscura en la que el fascismo amenazaba con dominar el mundo, es, y sigue siendo en su versión gráfica, una historia sobre la responsabilidad individual, sobre el deber que tenemos de gritar en contra de lo que no es justo, una historia que hoy, como siempre, en tiempos de independentismo, de refugiados, de corrupción y de capitalismo salvaje sigue estando, en cualquiera de sus tres versiones, de plena actualidad.
Sostiene Pereira
Antonio Tabucchi / Pierre-Henry Gomont
Astiberri Ediciones
25 euros
Publicado el 4 de mayo de 2018
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