Me gustaban los parques de atracciones, eso de ir a toda velocidad por los raíles de una montaña rusa me hacía vibrar. Con el tiempo y los vericuetos de la vida me di cuenta que había muchos otros tipos de adrenalina,
Algunas felices como la montaña rusa, otras terribles como escuchar disparos y correr.
En mi otra vida, en Caracas, solía ir a todos sitios evitando las vías principales, me encantaba unir pequeñas calles y carreteras y cruzar toda la ciudad sin tocar una autovía, decía que con eso evitaba el tráfico, pero en realidad es que aunque tardara lo mismo o incluso más, eso me producía una adrenalina que siempre he necesitado, la de ver cosas distintas, pequeñas, desconocidas.
Ahora que vivo a toda carrera en un sitio de vida lenta, es decir, en el sitio quizás más tranquilo de toda España y quizás de todo el mundo occidental, es cierto que en ocasiones echo de menos algo de adrenalina, pero mi despiste siempre está allí para ayudarme. Así, por despiste, y buscando la cascada La Desesperá, hace unos días tomé por error la carretera que une Piornal con Garganta la Olla, la CC17.4. Y he descubierto algo: aquí cerquita tengo un parque de atracciones inimitable.
A la carretera no le falta nada, bueno, le falta anchura, es estrecha, muy estrecha y llena de curvas, eso sí, después de cada curva se despliega ante tus ojos un paisaje maravilloso. Las piedras brillan porque el exceso de agua baja por ellas y se vuelven plateadas con la luz. Piedras de plata bordean el zigzag del recorrido al que atraviesan varias gargantas, que bajan apuradas por la montaña, saltando y haciendo mil formas y giros.
La comarca de La Vera aparece de pronto, ancha, ante nuestros ojos y se adivinan pueblos y carreteras entre tanto verde. Después de otra curva, vemos a lo lejos un salto enorme de agua que baja de la montaña formando una caída preciosa, blanca y brillante en medio del atardecer nublado. En días soleados el brillo es magnífico. Más abajo un pueblo y aún perdida intento averiguar cuál es, veo la alta iglesia, el tamaño y la forma del pueblo pues seguía sin saber dónde acabaría esa intrincada montaña rusa. La caída de agua era la garganta Mayor, que tanto he disfrutado en verano. Y llegamos a Garganta la Olla, ese pueblo mágico, uno de los primeros que conocí cuando me mudé a Extremadura. Llegamos después de tantas vueltas y fue como una recompensa, con guinda de adrenalina, maravillosos paisajes y bonitos recuerdos.
Garganta la Olla creció gracias a su cercanía con el Monasterio de Yuste, el lugar escogido por el emperador Carlos V para retirarse. Es el pueblo de la Serrana de la Vera y donde cada verano unas chicas recorren el pueblo en un baile ancestral y casi desconocido, el baile de Las Italianas.
Publicado el 4 de abril de 2018
2 comentarios
En el otoño esa carretera es una pasada, espectacular.En las dos direcciones,da igual. Yo me la he recorrido muchas veces.
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Sí, es cierto, es una pasada.