Pues resulta que sí, que algunos conocemos distintas formas de pasar estas fechas navideñas aquí en Plasencia, en Sevilla, México o Nueva York. Y el caso es que los modos son similares en muchos de esos lugares, aunque algunos países recrean el emblemático icono del nacimiento y otros prefieran manifestar su gozo con el simbólico arbolito de luces, bolas y colgaduras, si bien los que cuentan con espacio representan ambas escenas sin distingos de creencias religiosas.
Es cierto que existen tierras en las que no se aprecia ni el más mínimo atisbo de la navidad y mucho menos de su celebración. Uno que ha estado en un par de desiertos (Sahara, en África y Sonora, entre EE.UU y la República Mexicana) lo ha comprobado. En el primero de ellos permanecí durante estas fechas, donde los saharauis hicieron que se me olvidasen los días y el mes en que vivía. Allí no existen modos navideños, solo muchos problemas importantes a los que demasiadas pocas personas prestan atención. En el segundo -el famoso desierto donde John Ford rodaba sus pelis del género farwest- casi siempre no pasa nada y menos en Natividad porque allí, en estas fechas se esconden los lagartos, huyen las familias de berrendos y no se deja ver ni el tato. En esas tierras y otras, notas como apenas permaneces en el pensamiento de otras personas como un insignificante recuerdo abocado a perderse en el olvido.
En Plasencia, la piedras, frías de por sí, se atemperan y se tornan luminosas por la noche, aclarando penumbras que permiten entrever las texturas doradas de sus monumentos. Hay otras bonitas ciudades en el resto de España, aunque en Extremadura urbes como Cáceres, Mérida, Guadalupe y esta de la que hablo tienen una cualidad extra, además de su interés y prestigio nacional e internacional. Son ciudades con monumentos históricos agrupados que han sido rodeados por la población (viviendas y establecimientos) puramente urbana, de forma y manera que a lo largo de un sucinto paseo se puede contemplar su monumentalidad e Historia. Tres pasos y estás apoyado en la legendaria muralla, a veinte metros admiras el puente romano, a cincuenta pasos se te aparece el Divino Morales, a otros treinta te sorprende la Catedral Antigua y al lado, la Nueva, la Judería se divisa desde allí, todo cerca.
Plasencia es una ciudad en la que uno se siente atendido, apreciado y bien considerado, sentimientos recíprocos entre este foráneo y sus habitantes. Los mismos a los que se aprecia con más intensidad en estos días de paz que nos obsequia esta época, y es que a uno le place mucho el generoso modo placentino de celebrar la Navidad.
Publicado el 17 de diciembre de 2017