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Cuentos tenebrosos de otoño

Uno de los entretenimientos de nuestra infancia, ahora que ésta (la infancia, digo) abunda en tantos medios de ocio… (y lo dejo en puntos suspensivos por la cantidad que existe en todos los sentidos y para todos los gustos: informática, redes sociales, telefonía, televisión…) eran los relatos o cuentos.

Recuerdo que nosotros solíamos acudir, sobre todo al anochecer, cuando los días eran aciagos y la lluvia y el viento azotaban los cristales de los ventanales, a la criada que se encargaban de la cocina, mientras realizaba sus labores. Entre ellas recuerdo a Julita, a Juliana, a Rosa…; quizás ésta última era la mejor narradora en estas situaciones.

–Rosa cuéntanos el del lobo y los siete cabritos…

Y Rosa armándose de paciencia…

–Bueno sentaos aquí cerca pero dejadme trabajar y estaos quietos –nos advertía mientras preparaba el pescado para la cena.

–“Aquel día mamá Cabra tenía que ir al mercado, pero temía dejar solos a sus hijitos, sus siete cabritos,, pues sabía que el lobo rondaba por los alrededores. Así que les ordenó que no abriesen a nadie la puerta de su casa”.

–“Mirad mi patita es blanca, así que antes de abrir la puerta que os enseñen por debajo la patita…”

Rosa era una narradora nata: adornaba el relato con mil detalles entenebrando el cuento, cuyo final ya sabíamos, pero nos daba igual: lo importante eran quizás los elementos que ella aprovechaba a tono con el temporal que abatía el atardecer y los mil registros de su voz imitando a sus personajes…

–Ahora el de la asadura, Rosa –requeríamos nosotros.

–Pero estad callados y quietos… –volvía a advertirnos mientras el viento bramaba y la lluvia arreciaba en el exterior.

–“Esta era una señora a la que gustaban mucho la asaduras. Todos los días enviaba a su criada Saturnina a la tienda a comprarlas porque nunca podían faltar las asaduras en su plato… Pero un día, por más que la Saturnina buscó en la tienda y el mercado no encontró asaduras. Pensando, pensando, recordó que aquella tarde se había enterrado a un difunto. Así que, ni corta ni perezosa, se fue al cementerio y robó las asaduras del cadáver… Se fue tan contenta, cocinó las asaduras para su señora y después se fue a acostar. Y entonces ocurrió lo peor…: en la oscuridad de su cuarto, ya acostada, se la apareció el muerto, que con su cara desfigurada y una voz bronca exigió: “Saturnina, devuélveme las asaduras que me robaste de la sepultura”…

Y aquí era el colmo del terror.

Y Rosa continuaba:

–“Era una noche triste y tenebrosa, los bandidos andaban por las montañas cuando el emperador se levantó y dijo ¡Pepe!” – y aquel vozarrón era el punto final.

No sé por qué, ahora que llega el fresco otoño… cuando el viento comienza a soplar y los temporales arrecian, emborronando las imágenes del verano con sus baños, sus días de campo y las tardes luminosas, me vienen a la memoria los cuentos de aquella narradoras que lo menos que merecen un buen recuerdo. Vaya este relato por ellas en este otoño que comenzamos.

Publicado el 25 de septiembre de 2017

Texto de José V. Serradilla Muñoz para su columna Bitácora Verata

Bitacora verata

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