Ya estamos en la segunda quincena de agosto. Tanto en la primera como en esta postrera a uno le cuesta juntar palabras para expresar el encantado calor que me regala esta ciudad que ya siento mía porque me acogió sin condiciones. A Plasencia se viene admirar piedras, las que forman parte de construcciones históricas y artísticas, pero no a que te las tiren. Aquí se llega a pasarlo bien observando arte, alimentándose, quitándose la sed de viticultura con mesura, terrazeando y charlando con sus gentes, conociéndolas, sonriéndolas, refrescándose con su sincera compañía.
Esta ciudad, como el resto de la región extremeña acoge al turista para ilustrarlo, ofreciéndole buen condumio de la tierra y mejor lecho para dejarle buen sabor de paladar y vista, satisfecho de su visita.
Ahora lo tengo difícil (a ver si salgo del lío) porque ya pasó la Feria, ya pateamos de largo el encanto del Martes Mayor y hemos atravesado la arquitectura de un largo puente que ha complacido a muchos foráneos con folclore, sabores y delicias de raigambre extremeña y artesanías decorativas –preciosas y naturales- para decorar la casa, el cuerpo y los sentidos.
Parece que se acaba algo, pero no. Siempre llega la música para alegrarnos. Y es que Plasencia suena siempre bonita y afinada. Muchos han admirado la Catedral y la impecable restauración de su armónica y misteriosa sillería. Casi todos llegan a verlo casi todo (así lo escribo, no me he confundido), admiran lo mucho que hay y cuando se van dejan unas sabrosas migas para marcar el camino que les traerá algún día, inevitablemente, de vuelta y sin extravío.
A los que llegan ahora se le homenajea, entre otras cosas, con música folk. Es el Festival que se celebra todos los años en esta ciudad a partir del 24 agosto. Dentro de un amurallado ambiente histórico, muchos apreciaremos buena música de raíces interpretada por Capercaille, un grupo tan escocés como clásico, y de otros de buena factura y alcurnia que proceden de Extremadura, Portugal, Galicia, Castilla e incluso de la India.
Y es lo que decía al principio. Plasencia cuida al visitante, le enseña lo que tiene para después mostrarle el camino por donde saborear con todos sus sentidos el sur de esta región. Y así, sin más, sin alardes y sonriendo, se recibe bien, aunque nos apretemos compartiéndolo todo con gusto y ganas en algunas estrechas calles o en pequeñas y preciosas plazuelas.
Texto y fotos Alfonso Trulls para su columna Impresiones de un Foráneo
Publicado en agosto de 2017