¿Qué ocurrió realmente? ¿Por qué decidieron abandonar enclaves como Cancho Roano o el Turuñuelo de manera tan repentina? Lo cierto es que la causa continúa siendo un misterio. Según Esther Rodríguez, estos interrogantes son fuente inagotable de debate. “Siempre se ha recurrido a la famosa crisis del cuatrocientos, a la llegada de los pueblos del norte como causa del abandono. El problema es que es difícil aplicar esta teoría a edificios de tal magnitud. El Turuñuelo tiene suelos que, actualmente, están a seis metros de profundidad. Por lo tanto, rellenar todas esas habitaciones fue, sin duda, un proceso suficientemente costoso como para que no se pueda hacer en dos ratos. Nadie puede decir: ‘vamos a irnos porque vienen los celtas’, ya que esto no se rellena en cinco minutos. Además, el sellado va acompañado de elementos como el banquete o el sacrificio de los animales, y eso requiere tiempo”, argumenta.
La explicación que por el momento resulta más factible es la del cambio climático. Un largo periodo de sequía que les obligase a tener que marcharse, o una época larga de lluvias que provocaran alguna epidemia. Esther Rodríguez asegura que “son solo elucubraciones, pero es más fácil documentarlo así que diciendo que se sentían atacados. Además, en este último caso, habría indicios de lucha. Por ejemplo, el mundo tartésico es una sociedad a la que prácticamente no le conocemos armas. Entonces, si se defendieron habríamos encontrado evidencias”.
Con todo, para el director del Instituto de Arqueología de Mérida, Sebastián Celestino, la crisis climática continúa siendo una hipótesis insatisfactoria. Según me comentaba mientras contemplábamos, desde lo alto, una panorámica de todo el yacimiento, en la actualidad también observamos que nuestro clima está cambiando, pero no tan rápido como para que abandonemos nuestro hogar de manera abrupta.
Otra de las grandes incógnitas es el uso que tenía el edificio. Se desconoce su función, a pesar de que muchos han asegurado que se trataba de un santuario debido a que han aparecido altares con forma de piel de toro. “Cuando aparecen, automáticamente la gente los relaciona con la existencia de un santuario, pero, en realidad, son elementos que empiezan a ser muy recurrentes, pues aparecen en casi todos los yacimientos. Aunque cabe la posibilidad de que el Turuñuelo fuera un santuario, también tenemos que recordar la idea de que estos lugares, en época antigua, no tienen una función exclusivamente religiosa, sino que eran centros comerciales y políticos donde había reuniones y se tomaban decisiones.
Y aquí hay una diferencia con Cancho Roano, porque Cancho Roano está alejado de todo, está metido en la dehesa y llegar a él es mucho más complicado. Pero el Turuñuelo está pegado al Guadiana. Es decir, debía ser un punto constante de recalada si uno navegaba por el río. Por lo tanto darle una funcionalidad exclusivamente religiosa yo creo que es prematuro. Vamos a esperar a excavar un poco más del edificio. Vamos a ver qué otras estancias hay”, en palabras de la profesional.
Mientras paseamos por el lugar interrogo a Esther Rodríguez acerca de la enigmática civilización que lo levantó. Más por innata curiosidad que por trabajo periodístico. Ella es categórica en su respuesta: “la gran mayoría de los miembros de la comunidad científica estamos completamente de acuerdo en definir Tartessos como una cultura que surge de la unión entre los fenicios y el mundo indígena. No puede entenderse esta civilización antes de la llegada de los fenicios. Ellos son, justamente, el elemento oriental que tiene Tartessos.
Pero a mí me gusta puntualizar una cosa: no todo Tartessos es igual. El Tartessos del Guadiana tiene diferencias con respecto al que se conoce en el Guadalquivir. Esas diferencias las marcan las sociedades locales que vivían en el territorio”.
Hay que destacar que Extremadura tiene una gran importancia a la hora de estudiar Tartessos, porque sus yacimientos están mejor conservados, en líneas generales, que en Andalucía. Aunque aquí también se han perdido enclaves arqueológicos debido a los canales de riego y al desarrollo de la agricultura de regadío, diversos asentamientos tartésicos del Guadalquivir hoy día tienen ciudades encima. Y debemos destacar, igualmente, que en Andalucía no se detecta con facilidad, por lo observado hasta ahora, ese proceso de sellado tan recurrente en el Tartessos extremeño.
Me cuesta ignorar el magnetismo del Turuñuelo y concluir la interesante charla con la codirectora de la excavación. Siento que durante el tiempo que he pasado en el espacio he conectado con un pasado remoto que late dentro de todos nosotros. Mientras me aproximo a la salida me embarga la idea de que, a menudo, ignoramos que nuestra herencia cultural va más allá del legado romano. Que existen otros pueblos y civilizaciones de las que somos herederos. Y Tartessos, definitivamente, entronca con la faceta más romántica y legendaria del ser humano.
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Texto de Lourdes Gómez para su columna Extremadura DesVElada