Hace ya muchos años, uno tuvo una dificultosa época en la que no levantaba escritura, ni foto, ni ánimo, entre otras cosas. Aunque nada aficionado a las consultas médicas, me vi en la necesidad de recurrir al médico de confianza y cabecera para explicarle mi bajonazo anímico, profesional, también mi agrafía y otros desórdenes de orden físico. En aquel entonces, se entraba en su despacho aventando el humo que invadía su entorno hasta descubrirle sentado al frente de su mesa con teléfono, agenda, apuntes y un par de paquetes de tabaco negro a su vera. Era un doctor sabio y encantador. Me preguntó algunas cosas y dio con la raíz de la cuestión. Su receta se limitó a ordenarme una puesta a punto, una dosis fuerte de trabajo y un chute de valor. Se me ocurrió decirle que de vez en cuando hablaba solo, no mucho y siempre en privado, pero que aquello me gratificaba. Me respondió, entre evanescentes nubes de tabaco negro, que él practicaba ese hábito inofensivo en el que mediante una reflexión verbalizada se ayudaba a clarificar cuestiones íntimas y personales. Eso sí, me recomendó que no me deleitara con esa costumbre hasta el punto de llevarla al diálogo unipersonal, en el que yo mismo cayera en la tentación de responderme. Me insistió, sonriendo, que si eso llegara a producirse le llamara con el fin de remitirme a un especialista de otro orden. Después de cumplir sus instrucciones nunca tuve que volver a llamarle ni visitarle, no hubo más consultas ni consecuencias extrañas. Llegaron los viajes a lo largo y ancho de España, también largas y enriquecedoras permanencias en otros países europeos y americanos.
Ahora, ya curado de otras dolencias, mantengo conversaciones en Plasencia con amigos y conocidos. De vez en cuando reflexiono en voz alta en la intimidad de mi casa y las pocas veces que lo necesito me siento en el atrio o en un banco de la Catedral para darle vuelta al meollo sobre una afección personal. Es cierto que mantengo alguna conversación con la admirable Catedral de Plasencia, pero siempre es en silencio y con el alma abierta. Al decir de Gabriel Celaya “las palabras son más que lo mentado, son lo más necesario; son gritos en el cielo y en la tierra son actos”.
Publicado el 14 de junio de 2017
Texto y foto de Alfonso Trulls para su columna Impresiones de un Foráneo