
Stefan Zweig fue un autor de éxito en los años veinte y treinta del siglo pasado (el trabajo que cuesta decir siglo pasado sin pensar en el diecinueve y, a la vez, sin sentirse uno algo ya viejo) que después de un considerable período de olvido ha vuelto a ser leído en nuestro país gracias, sobre todo, a la labor de rescate llevada a cabo por la editorial Acantilado. Famoso por novelas como Leporella o Carta a una desconocida, a mí me gustan especialmente su Novela de ajedrez y, sobre todo, su autobiografía (El mundo del ayer) y sus memorias y obras de carácter histórico y divulgativo, como Castelio contra Calvino o sus Momentos estelares de la humanidad. Lo que no había tenido ocasión de leer habían sido sus celebradas biografías, pero acabo de estrenarme hace poco con una sobre un escritor que siempre me ha resultado interesante, el francés Michel de Montaigne. Curiosamente se trata, en realidad, de una biografía inacabada, pues antes de rematarla, en febrero de 1942, Zweig y su mujer, absolutamente convencidos de que el nazismo se iba a acabar extendiendo por todo el mundo, se suicidaron en Petrópolis (Brasil), adonde habían llegado tras una prolongada huida de los nazis.
En una de las notas de despedida que el escritor dejó a sus amigos antes de morir, Stefan Zweig decía «creo que es mejor finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la Tierra», algo que explica, en buena medida, el primer capítulo de esta biografía –quizá el más interesante–, en el que cuenta cómo tardó en llegar a Montaigne, cómo había tratado de leerlo sin éxito de joven, y cómo con el paso de los años, tras la llegada de los nazis y su régimen de intolerancia y progresiva barbarie, acaba por sentir, al leerlo al fin, una suerte de comunión espiritual con el escritor francés del dieciséis y una enorme admiración por su defensa a ultranza de la libertad individual. Y es que, al igual que Zweig, nacido en Viena en 1881, vivió un tiempo agitado, el de los conflictos internacionales que llevaron a la I Guerra Mundial, el de la caída del Imperio Austrohúngaro, el de las crisis de entreguerras, el del ascenso del nazismo, Michel de Montaigne, nacido en 1533 cerca de Burdeos, vivió el de las luchas de religión en Francia, en las que acabaría teniendo –pese a su deseo de retirarse, de permanecer apartado, de encerrarse en la lectura, el estudio y la escritura para preservar, así, su libertad individual– un importante papel conciliador, al mediar entre el católico Enrique III y Enrique IV, rey de Navarra, al que se atribuye aquella célebre y pragmática frase de «París bien vale una misa».
En definitiva, el de Zweig es un libro estupendo para acercarse a la interesantísima figura de Michel de Montaigne, pues está escrito, además, desde una perspectiva trágica que vuelve presente la historia y dota de pleno sentido la lectura de los clásicos, al demostrar que siempre son –en ocasiones, por desgracia– actuales, aunque si están interesados en la persona y en la obra de este pensador francés, les recomiendo también la novela La muerte de Montaigne, de Jorge Edwards, y, sobre todo, que lean sus hermosos Ensayos, a ser posible, en la edición de Cátedra en su Biblioteca AVREA, que con su encuadernación robusta y su papel sutil confiere, a los ensayos, un venerable aire de sagradas escrituras laicas.
Montaigne
Stefan Zweig
Acantilado
14,00 euros
Publicado el 15 de junio de 2017