Quedamos un viernes cualquiera. Podía haber sido otro día de la semana, pero es un día especial, antesala de un sábado y un domingo que se esperan con ganas. Tres mujeres, tres copas, tres estilos, tres vidas, distintas generaciones y un solo propósito: compartir minutos en torno a una copa de vino.
El sol de primavera ponía luz al momento, pero si hubiera lluvia tras los cristales, a la cita le habríamos sacado el mismo jugo. Porque el vino, néctar universal, llena las copas de mujeres y hombres que las alzan para brindar por la vida.
Y eso hicimos, brindar, con una botella llena de flores, alegre y chispeante como el vino que vestía. Irresistible por naturaleza, como la primavera en Extremadura. Cargada de energía, como las miles de madres que en la estación de las miles de flores tienen su propio día.
Un envase pensado para despertar sensaciones, creado con el mismo detalle y mimo con el que los expertos escogen y mezclan las uvas, para que luego nos deleiten el paladar.
La conversación fue surgiendo espontánea entre sorbo y sorbo. Hablamos de lo bonito de la primavera, de los planes del fin de semana, de los padres, de los hijos y de los nietos, de cómo está el mundo. De la vida, a fin de cuentas, que con una copa de vino entre las manos se saborea mucho mejor.
Publicado en mayo de 2017