
Un año más, queramos o no y de manera implacable, las fiestas navideñas aporrean el aldabón de entrada en esos nuevos tiempos que nos inventamos los hombres de este planeta para llenar la vida de sueños e ilusiones: las perchas que nos sirven de recordatorio del paso de las cosas, de los cambios y las vueltas que trae la vida.
Lo que no viene a ser más que el simple entretenimiento de los humanos en el perenne devenir del este mundo de hoy, que cambia a cada instante, mientras suena el reloj con su tic-tac imperturbable y las hojas de los árboles gotean, cubriendo de una pátina dorada el sendero, nuestra existencia de mortales.
No obstante, filosofía aparte, en la Vera vuelven a sonar los viejos villancicos y los hogares se llenan de los aromas plácidos de antaño por estas fechas. Y hasta diríase que el aire y el corazón vuelven a recuperar, con la misma transparencia con que discurren las aguas de nuestras gargantas otoñales, el latir de siempre, el ritmo silencioso del camino y las viejas tradiciones con sabor a gloria, a mazapán y pandereta en torno a ese Misterio de un Dios que se hace hombre.
Y las calles, con la moderación de los ritmos litúrgicos del santoral, entre el gélido temporal y la nieve de las sierras, adquieren ese tufillo terrenal de leña quemada y masa horneada, emulando el calor de los caducos braseros de picón y los carbones perturbadores, las migas sabrosas, las chacinas y pajaritos de las matanzas y las deliciosas pastas de almendra.
Y con todo, una luz ilocalizable, como el brillo de una estrella aparecida en el firmamento de nuestro caminar, una luz quizás escondida en un rincón del alma, que ilumina nuestro tránsito y nos anima a cantar el aleluya a esa solidaridad que precisa este mundo de hoy, ese alumbramiento del Niño que todos llevamos dentro, al margen de lo rural o ciudadano, de lo religioso, político o llanamente material, la sencilla naturaleza de las cosas, sin darle más vueltas.
Estamos de nuevo, un año más, en los tiempos de la Natividad, en los tiempos de la Epifanía y hay que poner orden en la casa y, auyentando cualquier depresión, sacar al exterior esa luz, la inmensa luz de las ilusiones y disfrutar de lo que hay con los demás caminantes, compartiendo el pan sin discriminación alguna con los “hombres de buena voluntad”.
Desde la Vera así lo deseamos.
Felices fiestas.