El olor ambiental cambia en las estaciones del año y según los lugares. Ahora, que por fin llueve después del anublo, uno se vuelve a transportar a lugares costeros que parecía tener casi olvidados. Por otra parte, se me acentúa una relación fuerte y positiva con respecto a la tierra en la que vivo y a sus gentes, cuando mi capacidad olfativa detecta la fragancia a lluvia. Dicen los estudiosos científicos que lo que he dicho antes es cierto, que conste. Los lingüistas afirman que ese inconfundible aroma tiene incluso nombre propio: petricor, término que se deriva dos palabras griegas petros que significa piedra, e ikhôr que es el líquido que fluye por las venas de los dioses, según la mitología.
Todo este preámbulo es solo para decir que -como en muchas otras regiones- ha empezado a llover en Extremadura y en Plasencia se levanta un olor a piedra antigua mojada que me fascina. Las personas tendentes al romanticismo se inspiran en estas ocasiones hasta el punto que les da por escribir versos impetuosamente, pero este no es mi caso. Es cierto que los aromas activan una intensa conexión cerebral con las emociones, haciendo que estas vengan al primer plano de los sentimientos de las personas con cierta sensibilidad, en cuya clase creo que me incluyo. Pues eso, que sale uno a la calle y disfruta caminando bajo la chaparrada, oliéndola y grabando imágenes con la mirada, para después echarse una pachanga con los amigos al calor de un interior caldeado y de lo que caiga.
Fotos: A. Trulls
Publicado en noviembre de 2016