
Robert iba frecuentemente al Hospital a ver a un amigo admirado. Woody Guthrie le recibía complacido y charlaban. El visitante no paraba de tomar notas e incluso anotar letras de canciones que Guthrie había cantado por medio América reivindicando los derechos de los trabajadores pobres y la despótica conducta de los gobernantes. O sea, de largar cantando con una guitarra los desastres de la sociedad y el hambre de los currelas. Bendito Woody, bendito Robert. El enfermo se estaba muriendo legando una herencia de música folk con textos rebeldes que el joven Robert heredó en espíritu, corazón y alma. Pasaron años hasta que el discípulo de Guthrie se hiciera escuchar. Llegó la ocasión en la que inspirado por aquel moribundo cantó donde pudo y lo hizo con genio, con su guitarra y una armónica, con verso propio y una convincente voz gangosa. Y se abrevió el nombre y se cambió el apellido. Ya, el entonces Bob llamó a las puertas del cielo y se confesó como un errante universal, como un canto rodado que va saltando por las aguas de un gran río. Y la gente le escuchó, admirándolo. Volvieron a pasar los años y aquel chaval que se había convertido en cantante internacional pilló –para disgusto de algunos- una guitarra eléctrica e hizo música country rebozada de su propia poesía. Dio la vuelta al mundo varias veces con sus versos, su voz y su guitarra. Le han dado el Nobel de Literatura. Ha estado en Madrid y Extremadura. Bob Dylan estuvo cerca, muy cerca de Plasencia. Tan cerca que hasta se le oye.
Publicado: 17 de octubre de 2016
Foto: Fragmento de folleto discográfico de las Bootleg Series de Bob Dylan
Alfonso Trulls para su columna Impresiones de un Foráneo