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Una voz clama en el desierto

 Una de las cosas que más me sorprendió cuando leí, hace varios meses, el libro de poemas La ciudad de las croquetas congeladas, de Antonio Orihuela, fue la fecha de publicación. Lo había comprado en Centrifugados, en el puesto de la editorial tinerfeña B aile del Sol, y sus poemas, rotundos e implacables, me parecían tan actuales que di por hecho que el libro era reciente, muy reciente, fruto de la crisis económica, de los recortes y los despiadados ataques al estado del bienestar. Por eso me chocó comprobar, en las últimas páginas, que en realidad era la reedición de un libro de 2006, esto es, de antes de que estallara la famosa burbuja financiera e inmobiliaria, pues eso lo convertía en poco menos que un libro profético, capaz de vislumbrar, con atinada y terrible clarividencia, todo lo que había de caérsenos encima apenas dos o tres años más tarde.

cosas basuraEste mismo tono profético y demoledor lo tiene también su libro Cosas que tiramos a la basura, publicado por Amargord en 2013, que leí hace unas semanas, sobre todo su primera parte, la titulada “Contenedores”, sólo que aquí lo profético tiene menos de adivinatorio que de denuncia a voz en grito de una situación real, patente, y eso hace que en muchos de sus poemas el tono sea, más bien, el de aquellos profetas del Antiguo Testamento que se dedicaban a tocarle sin reparos las narices a los reyes de Israel. En esta primera parte del libro, Antonio Orihuela habla de economía, de política, de crisis, pero, especialmente, pone en evidencia los mecanismos de manipulación colectiva y el discurso hueco de nuestros gobernantes, como sucede en el poema “10.830.693 votos”, que parece reproducir literalmente una comparecencia de la Ministra de Sanidad Ana Mato y en el que el uso de la forma poética, segmentando el discurso en versos, se convierte en un demoledor mecanismo de reducción al absurdo.

Si la primera parte del libro parece estar movida por la rabia, en “Compostaje”, la segunda, prima, sobre todo, el desencanto. En ella destacan, a mi modo de ver, dos poemas, “Mensajes del más allá”, una larga, intensa y emocionante crónica generacional, y “Noche sin dueño, mañana sin amo”, otro poema extenso en el que, entre otras cosas, se nos revela la razón de ser -o, al menos, una de las razones de ser- de la poética comprometida, libertaria, de Antonio Orihuela:

Hay que tomarse en serio el oficio de vivir

y tratar de sortear el problema del trabajo,

del robo que es todo trabajo asalariado,

de la muerte de la vida que esconde esa transacción,

y no deja de ser curioso que esa experiencia,

que es común a casi todos los seres humanos,

apenas haya dejado rastros en la poesía,

que siga siendo un dolor del que nadie habla.

Y eso después de, hablando del capitalismo, del sistema, haber dicho que

Tal vez la forma de combatirlo no sea luchar contra él

sino ignorarlo, crear una realidad alternativa,

hacer como si fuera posible trabajando por ella.

Unos versos que destaco porque anticipan, en buena medida, el contenido de la tercera parte, la titulada “Centro de tratamiento de residuos”, que parece responder a esa idea de trabajar por una realidad alternativa ignorando la dominante, una realidad alternativa que parece tener mucho de retorno a la naturaleza, en poemas como “Primavera”, “Lugar” o “Gratitud”, con elementos de una cierta sensibilidad oriental, como sugieren “Hanami” o “La rueda del dharma”.

Mezcla, pues, de rabia, desencanto y esperanza, las Cosas que tiramos a la basura de Antonio Orihuela merecen ser leídas, sufridas, disfrutadas, merece la pena escuchar la voz profética del autor. Lástima que, por desgracia, a menudo sea tan cierto eso de, como decía mi madre cuando de pequeños nos reñía y no le hacíamos caso, “predicar en el desierto, sermón perdío”.

Cosas que tiramos a la basura

Antonio Orihuela

Amargord

10,00 euros

Publicado: 16 de septiembre de 2016

Más de Con VE de libro de Juan Ramón Santos

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