
La buena navaja al monte, para tajar chorizo, queso y pan. Tal vez para tallar un trozo de madera, mientras se pastorea. El buen cuchillo a la cocina, para cortar a trozos, a rodajas o a cintas. Y que esté bien vaciado y que corte muy bien y a tener cuidado con su manejo y no agredir nada más que a los frutos, a las carnes y más alimentos. Hay gente que tiene navajas y cuchillos para enseñar en su colección, no para herir o apiolar.
En la mitad del barranco
las navajas de Albacete
bellas de sangre contraria
relucen como los peces.
Estos versos nos recuerdan el trágico e indebido uso de la cuchillería, aunque aquí es solo el fiel reflejo de la maestría poética de García Lorca.
A la mitad del breve recorrido que lleva de la placentina Plaza Mayor a la Catedral se encuentra la Plaza de Abastos. Arriba de la escalinata, un pequeño establecimiento exhibe en su escaparate una variada y reluciente muestra que hace imaginar un interior bien surtido de cuchillería extremeña, la de Don Benito, y también de muchos otros muchos filos de distintas regiones.
A su propietario, de origen placentino, le avalan cuarenta años de oficio, tradición y entusiasmo. Su reducida tienda -que además ofrece recuerdos para el visitante- asombra por la variedad de hojas y cachas que colmarán los deseos del coleccionista, así como las necesidades del campero y el cazador. En el reducido mostrador atiende un hombre que con su afabilidad hace bella y deseable la hoja de la navaja. Se llama Vicente y es el cuchillero de Plasencia.
Fotos: A. Trulls
Publicado en agosto de 2016