En los días de Feria placentinos, locales, plazas y otros rincones de la ciudad resuenan con la música amplificada. Predominan los sones hispanoamericanos como el reggaetón, el merengue y la bachata que -aunque sus creadores dicen que es la música del amargue por desamor- suena festiva y tan agitada como las otras.
Suena en Plasencia un booom, pumpum, booom, un ton y son constantes que a quien no le pillen preparado, la caña o el rebujito pueden zumbarle en la sesera.
Plasencia anima al que entre en ella en estos días. Mueve y conmueve con una sensación rítmica que le lleva a uno de un chiringuito a otro, casi bailando, de beso en beso, entre el saludo y el abrazo.
Algo saturado de ritmos latinos y de la escasez de nuestro flamenco, me meto en mi viejo pantalón vaquero y entro en un local que me regala una música distinta. Suena el country rock, un sonido y un ritmo diferente de lo que se oye en la calle. Se animan mis pies, pido una copa que me entra sonora, contoneo el cuerpo, noto la fiesta. Ahora son otras armonías y acordes los que me bailan en la sangre, que me transportan por encima de las conversaciones y que me llevan volando a taconear en sordo sobre el cielo placentino. Sin perder el tono, me pierdo un instante en el que me envuelve la alegría y la música me embriaga.
Publicado en junio de 2016