Siempre he creído que la mejor manera de homenajear a todos nuestros extremeños ilustres es poner en valor las tradiciones que ellos nos han legado. Por eso, intento dedicar una buena parte del tiempo a escuchar romances, cuentos, cantos y algunas anécdotas que colorean esos momentos únicos en los que la verdadera sabiduría se abre paso generosamente.
Pero, ¿quiénes son nuestros verdaderos extremeños ilustres? Los que saben de la vida: nuestros mayores, aquellos abuelos y abuelas que nos han transmitido su sabiduría a lo largo de muchas generaciones. Aquellos que trabajaron duramente por la tierra que les vio nacer, estando de Sol a Sol, durante una intensa jornada de siembra, recogida, amasado, vareado, talado o en la saca del corcho, entre muchas otras faenas y labores artesanales, a veces, bajo las órdenes de un patrón.
Una de ellas, que me encanta, es “De Pimentera”. Es un canto de recogida del pimiento para la elaboración del rico pimentón del norte extremeño, producto básico para nuestra gastronomía (¿A quién no le gustan unas patatas revolconas?). Una labor intensa realizada en su mayoría a mano. Las mujeres cantan coplas, a veces con alusión a amores o a los propios pesares del trabajo, mientras van recogiendo poco a poco “la guindilla”.
Hace unos años, antes de la llegada de la tecnología al medio rural, las labores del campo resultaban mucho más duras. Se trabajaba de Sol a Sol, pasando frío, calor, incluso diversos dolores. Pero, de alguna forma, aquellos trabajadores sabían que el trabajo se hacía más liviano si acompañaban el rítmico movimiento de la herramienta con alguna coplilla cantada. Qué mejor manera de trabajar que cantando o escuchando cómo lo hacen otros, por ejemplo, esta canción de matanza.
Otro de los duros oficios es el de pastor. No solo por la soledad con la que tiene que lidiar durante sus largas jornadas, si no porque al ganado hay que sacarlo a pastar sin importar las inclemencias del tiempo o de cómo esté “la cosa”, como decimos ahora.
Pero imaginemos una escena: el pastor coge sus alforjas, se las echa al hombro y comienza su camino. Tras unas horas de larga caminata por dehesas, llanos y algunos montes, detiene al rebaño junto a una charca. Mientras las ovejas disfrutan de su feliz descanso, el pastor, sentado en un cancho, saca de dentro de una de las alforjas un pequeño rabel, afina las dos únicas cuerdas que tiene, tensa bien el arco y disfruta de su momento.
Me siento, de corazón, en la obligación de agradecer a todos estos trabajadores y trabajadoras el rico patrimonio de cantos que han llegado a nuestros días: a aquellos que lo dieron todo por la tierra que les vio nacer, que llenaron sus manos de yagas trabajando de Sol a Sol sacando a sus familias adelante, que labraron la tierra, trabajaron artesanalmente la materia prima, recogieron los frutos del campo, dieron forma al hierro, se ocuparon del carbón….y lo hacen aún hoy, que los hay.
A aquellos que supieron sacar todo el provecho de los recursos que tuvieron, ya fueran muchos o pocos; que con poquito se las ingeniaron para mantener a toda la familia, e incluso a los vecinos que lo necesitaran. Por todos, por ellos, que no se echaron para atrás ni por duras que fueron las circunstancias –Lo fueron, y mucho en Extremadura-, por ellos y como decimos los extremeños: “Agila pa’lante”.
Publicado en abril de 2016