Parece que todo se mezcla en los días que vienen, que todo se acumula con cierta homogeneidad inconscientemente acordada entre las gentes, sus descansos y las fechas acordadas para ello. Uno se refiere a la sentida Semana Santa.
En todas las ciudades españolas, aunque llueva o brille el sol, las personas adoptan otras aptitudes personales, familiares, viajeras y festivas.
Vamos que nos vamos. Parecen decir casi muchos. Unos corren con la nivea a la playa cálida y otros optan por el chaleco y la vara, camino de la montaña tranquila. Un festival de movimientos en busca del gusto por el sosiego o la jarana, dentro o fuera de sus fronteras habituales.
Un lío de autobuses, trenes, coches y aviones. Todos miran la pantallita de la iCosa para ver como se presenta el clima, allá en su destino. Un desasosiego.
Uno, que ya se movió mucho, opta por quedarse en donde vive, es decir en la ciudad de Plasencia. Aquí, uno se puede sentir religioso, divertido, conversador y gastrónomo. Cada una de esas situaciones, en la coyuntura adecuada.
En estos días, muchos sienten fervor ante las imágenes en sus procesiones. Cualquiera marca el paso en su interior con el tamboreo y el viento de las trompetas que les acompaña. Antes o después, todos disfrutamos del callejeo, de la caña, de la charla amontonada, de todo eso que es la agradable trulla placentina.
Publicado: 17 de marzo de 2016