
Cuando hace ya cerca de diez años, en marzo de 2006, la editorial Tusquets publicó la novela de Gonzalo Hidalgo Bayal Paradoja del Interventor, antes editada por Libros del Oeste, los que conocíamos y veníamos leyendo con gusto y admiración a Gonzalo celebramos el acontecimiento por todo lo alto, como una auténtica victoria, por lo que suponía de reconocimiento a su espléndida trayectoria literaria y por las posibilidades que la colección Andanzas ofrecía de dar a conocer su obra a un público más amplio. Por fortuna, la fiesta no terminó ahí, y a la Paradoja le siguieron, en la misma editorial, una segunda operación rescate, la de la nouvelle Campo de amapolas blancas en 2008, seguida de la publicación de los libros El espíritu áspero en 2009, Conversación en 2011 y La sed de sal en 2013, libros todos ellos con una excelente acogida por parte de la crítica. En definitiva, son ya cinco las obras que Gonzalo Hidalgo ha visto publicadas en Tusquets, ver sus títulos en blanco sobre el lomo negro de la colección se ha convertido en algo ya habitual, es habitual leer reseñas de sus libros en los principales suplementos culturales y, sin embargo, a pesar de lo que viene siendo una costumbre, uno no puede dejar de celebrar la aparición de cada uno de ellos como si fuera el primero, y por eso considera, de nuevo, un muy feliz suceso la publicación en Tusquets de su más reciente novela, Nemo, de la que quiero hablarles esta quincena.
Cuando alguien te pregunta por un libro que andas leyendo, la fórmula más común es ¿de qué va? Pues bien, en el caso de los libros de Gonzalo Hidalgo contestar a esos hipotéticos de qué va suele resultar relativamente sencillo, pero la respuesta, por extensa y elaborada que sea, creo que nunca da cuenta suficiente del contenido, y la hondura, de la obra. Nunca les hace justicia suficiente, pues los libros de Gonzalo son siempre –podríamos decir haciendo un juego de palabras algo enrevesado– mucho más de lo que lo que van. Es el caso de Nemo, cuyo el argumento es, de entrada, simple: un forastero llega a una pequeña aldea, a un pueblo perdido en la abrupta geografía novelesca de Gonzalo Hidalgo Bayal con el firme propósito de no decir palabra, y allí sigue, en sus trece, a pesar de las insidias y maquinaciones de algunos de sus nuevos vecinos, 22empeñados en hacerle hablar en un entorno –representado fundamentalmente por la taberna– en el que la tónica general es la charlatanería, el parloteo, el hablar por hablar, y en el que, por ello, la decisión podríamos decir tácita del recién llegado es a veces entendida como una provocación, como signo de rebeldía, y eso a pesar de que el narrador principal –conocido por todos como el escribano– da cuenta a lo largo del relato, en episodios intercalados, de otras tentativas locales previas de heterodoxia, de intentos de cerrar la boca que funcionarían como proféticos anticipos –una voz clama en el desierto, podríamos, paradójicamente, decir– de la llegada de Nemo, el héroe, el ungido, el definitivo mesías del silencio.
Ese sería, a grandes rasgos, el argumento, que, como decía, no agota, ni de lejos, lo que Nemo es, pues sin dejar de ser, fundamentalmente, una novela, una obra de ficción, Nemo es también una interesantísima reflexión sobre el lenguaje, sobre el don de la palabra, sobre el irrespetuoso uso que cada día hacemos de él, sobre el desgaste que provoca en las palabras la palabrería sin sentido, sobre la importancia de nombrar, de ser nombrado y llevar un nombre (a este respecto, llama la atención que la mayor parte de los personajes, incluido el narrador, carezcan de nombre propio, que sean identificados apenas por nombres comunes o, como mucho, por apodos escritos sin mayúscula, como si tan solo Nemo y el personaje llamado Fiat tuviesen individualidad y valor moral suficientes como para ostentar un nombre propio y el resto no fuesen más que funciones auxiliares de un individuo colectivo, la aldea, que ejerce, frente a Nemo, el papel de antagonista), de no pronunciar los nombres, ni la palabra, en vano, y si nos fijamos, además, en las reacciones que la vocación silenciosa del personaje provoca en su pueblo de adopción, veremos que el libro tiene también mucho de indagación sociológica, casi antropológica, sobre la condición humana, sobre el rechazo atávico que provoca en nosotros lo diferente, un rechazo que, sin duda, tiene muchas veces su origen en el miedo, en el caso de Nemo, en un grave, insoportable miedo al silencio, a no tener qué decir y a descubrir, con ello, nuestra rotundo vacío interior.
No voy a desvelar aquí, desde luego, el desenlace de la novela, ni tan siquiera voy a contar si, en respuesta a las trampas y a las burlas recibidas, Nemo llega a decir palabra en algún momento, porque lo oportuno es que lo descubran ustedes mismos, aunque les aseguro que, de hacerlo, tampoco iba a estropearles nada, porque en Nemo, y yo diría que en toda la producción literaria de Gonzalo Hidalgo Bayal, no hay spoiler que valga, ninguna revelación inoportuna puede hacer que sus novelas pierdan ni un ápice de interés, pues el placer de la lectura, en sus obras, reside no tanto en la sucesión más o menos sorprendente o atractiva de acontecimientos, como en la intensidad de la escritura, considerada esta tanto desde el punto de vista del contenido, tremendamente rico en juegos de palabras, en guiños intertextuales, en reflexiones metaliterarias y en disquisiciones de toda índole, como del de la forma, pues solo una prosa excelente como la de Gonzalo Hidalgo Bayal es capaz de sostener y hacer salir airosa de historias en las que, si nos atenemos al común de qué va en el que solemos tratar de atrapar la esencia de libros o películas, parece no suceder gran cosa aunque en el fondo, quizá, esté sucediendo todo, dicho lo cual solo me queda invitarles, en esta ocasión, a que se sumerjan con Nemo, de la mano de Gonzalo Hidalgo, en estas apasionantes 20.000 leguas de viaje silencioso.
Nemo
Gonzalo Hidalgo Bayal
Tusquets Editores
18,00 euros
Publicado: 22 de enero de 2016