Aunque la tarde es fresca y sombría, la noche remata el día volviendo a la ciudad fría y oscura. Parece que reclama la retirada de la gente que, obediente, vuelve a sus casas prendidas de luz, cálidas de ambiente. Las personas aligeran el paso para entrar en una calle y desparecer en un instante, desprendiendo de su boca un tenue adiós de vaho a modo de último y gélido aliento callejero.
Se acabó, no se me asusten, no es una peli de miedo.
Casi de repente uno ve como la noche de Plasencia se enciende, noto que los alientos se templan y la gente ya no se pierde presurosa por las calles ahora iluminadas con divertidas formas colgadas de colores. Caminan despacio, se saludan parándose a conversar sujetando en sus manos vistosas bolsas de papel que ocultan deseos y sorpresas.
Ahora, los fríos susurros nocturnos se convierten en alegres paliques. La noche acoge a todos aquellos que no tienen apremio por huirla. Se reparten besos y se regalan abrazos. Ya no hay frío ni prisa. Los únicos que van a correr son aquellos que donan sus dorsales a Placeat para participar, con buen fin, en la clásica maratón placentina del último día del año, la San Silvestre. Y es que llegó la Navidad.
Bienestar es lo que deseo a todos, con sentimiento, con prisa en el corazón.
Publicado en diciembre de 2015