
Comenzaba a parecerme más bien extraño, después de casi año y medio publicando en PlanVE esta columnilla quincenal, no haber escrito nada sobre Gonzalo Hidalgo Bayal, uno de los autores más recomendables que conozco, y ya estaba yo planeando algún tipo de operación rescate para sacar a relucir, en esta esquina, alguno de sus libros cuando, hace varias semanas, Álvaro Valverde anunció en su blog la próxima aparición, a principios de año, en la editorial Tusquets, de Nemo, su próxima novela. Por esa razón, mientras tanto, para ir abriendo boca y, sobre todo, para invitar a aquellos que no hayan leído aún a Gonzalo Hidalgo Bayal a acercarse a su obra, hablaremos en esta ocasión de la que considero la más recomendable de sus novelas, Campo de amapolas blancas.
Digo que me parece la más recomendable pensando, sobre todo, en esos que aún no hayan leído nada de Gonzalo Hidalgo. Primero porque, con carácter general, una novela corta me parece siempre una buena opción para acercarse por vez primera escritor, la opción más prudente, pues te permite, de forma rápida, sondear su hondura y calidad, decidir si te gusta y prepararte antes de lanzarte a lecturas más extensas -que no, necesariamente, de más calado-, segundo, porque Campo de amapolas blancas gira en torno a un tema que a todos nos puede resultar cercano, la disolución de la amistad, el proceso a través del cual el amigo del alma puede convertirse en el más enconado enemigo o, lo que aún es peor y más triste, en un perfecto desconocido, y tercero, porque en esta novelita, publicada en 1997 por la Editora Regional de Extremadura y afortunadamente rescatada once años más tarde por Tusquets Editores, uno puede encontrar, concentrado, todo Gonzalo Hidalgo Bayal, su cultivo intensivo del lenguaje, su rigor narrativo, las referencias literarias, el juego metaliterario, la reflexión moral sobre el hombre, el análisis pormenorizado de la desdicha, el hondo significado de los nombres, la geografía esencial de Murania, las tercas costumbres de sus habitantes o la silueta, o el esbozo, de muchos de los personajes que pueblan, y protagonizan, el resto de sus libros.
La novela comienza con una apurada, inteligente reflexión sobre memoria y escritura que pone, ya de entrada, las cartas sobre la mesa, demostrando la dificultad y el carácter necesariamente parcial de toda indagación sobre el pasado, y a partir de ahí el relato avanza sin trampa ni cartón, como muestra de la absoluta honradez narrativa de Gonzalo Hidalgo, deteniéndose quizá más en los recuerdos infantiles, escolares, del tiempo en que se fraguó la relación entre el narrador y su antiguo amigo, el personaje llamado, deliberadamente, H, con la evocación de las primeras lecturas compartidas, de la expulsión de ambos del Real Colegio de San Hervacio al instituto de bachillerato de Murania y de la precaria fraternidad de un verano de trabajo en París, y espaciándose cada vez más a partir del momento en que cada uno de ellos emprende estudios universitarios en una ciudad distinta y los destinos de ambos se separan, acentuándose, así, un proceso de disolución que ha comenzado a insinuarse ya antes, en la descripción de los lances del tiempo de instituto, en alguno de los cuales, reconoce el narrador, “fue donde sentí por primera vez vergüenza de ir con él”. A partir de ese punto Campo de amapolas blancas avanza, fundamentalmente, de verano en verano, de reencuentro en reencuentro, evidenciando de forma cada vez más intensa la distancia entre el narrador y un H cada vez más extraviado en la búsqueda, à bout de souffle, de un gozo inasible, de un ansia de plenitud que le irá obligando a abandonar por el camino la literatura, la pintura, la música y, finalmente, la vida, en un proceso que el narrador describe con frialdad analítica, sin aparente afección, mas con rotunda tristeza, pues lo que se pone, al final, de manifiesto, es cómo el tiempo, y la distancia, acaban por devorar sin contemplaciones los afectos.
Campo de amapolas blancas es, pues, Gonzalo Hidalgo Bayal condensado o, quizá mejor dicho -porque condensado puede hacer pensar en denso, en espeso, en complicado, cuando el libro no es, en absoluto, nada de eso-, un Gonzalo Hidalgo en miniatura, en breve, una pequeña delicatessen, el episodio suelto de una obra mayor, una de las más sólidas y ambiciosas del panorama literario actual, que yo les invito a probar, a ir degustando estas semanas, mientras nos llega o no nos llega de una vez Nemo.
Campo de amapolas blancas
Gonzalo Hidalgo Bayal
Tusquets Editores
12 euros
Disponible en la Biblioteca Municipal de Plasencia
Publicado el 26 de noviembre de 2015