
Hoy he conocido a Antonio. Lleva sesenta y siete años dedicado a sus cabras y no ha tenido una vida fácil. No porque su oficio sea sacrificado, al fin y al cabo, es lo que le gusta hacer. Cuando apenas era un bebé su madre murió y lo que vino después se asemeja a una auténtica historia de Cenicienta. Momentos duros de su infancia que tiene guardados para siempre. Es curioso, quizá no sepa cuál fue la primera palabra que dijo, ni dónde dio su primer paso. Sin embargo, estos recuerdos le persiguen, aunque sus días ahora sean maravillosos. Antonio tuvo una madrastra que decidió por él su destino. Cuando tuvo la oportunidad y, siendo todavía un niño, lo dejó en la calle con veinticinco cabras y jamás volvió a preocuparse de él.
Con el paso del tiempo, Antonio tenía a su cargo más de quinientas cabras y conoció a Isabel, una mujer risueña y llena de cariño. También he charlado con ella. Cuenta que su luna de miel con Antonio continúa a día de hoy, pues no hicieron otro viaje que la subida a la montaña para acompañar a sus cabras a pastar. Y eso, asegura, es lo que la hace feliz. Antonio, también lo es.
Este relato no saldrá en ningún espacio de televisión. La foto, en la que se ve a Antonio con sus cabras, tiene que ver con otro reportaje muy distinto, un argumento sin relación alguna con esta realidad. A veces, se quedan cosas por el camino y, esas son las que verdaderamente importan.
Publicado en noviembre de 2015