La Navidad, que ya tenemos a la vuelta de la esquina con la botella de anís, la pandereta y el almirez, sin sensiblerías pero con sentimiento, es para las generaciones maduras tiempo de evocación, ternura e ilusión.
Quien más o quien menos recuerda aquella época de treguas o vacaciones escolares, con el calor del hogar y el entrañable belén; las dulzainas, turrones, pastas de almendra o los mazapanes que se vendían en cajas redondas de dorados y apetitosos peces enroscados o en figuras; los villancicos y el aguinaldo; el tono infantil de aquellos niños que cantaban la lotería y el “gordo” festejado; el champán y el fin de año con las uvas y las sonadas campanadas… y algunas cosas más constituían y siguen constituyendo una etapa destacada e inolvidable, la etapa mágica de la Navidad y la alegría.
Leo con asiduidad a Benedetta Poletti, directora de Elle, que suelo hojear para saber por dónde van los vuelos de la gente chic (al margen de las holas y semanas que también repaso por curiosidad)… nos cuenta en su último número que la alegría y magia que generan estas fiestas había de recuperarse y servirnos para transformar las lágrimas en risas.
La risa es algo catártico, comenta Benedetta, y debe ser así ya que los psicólogos dicen que cuando una persona se ríe se liberan sustancias químicas que le ayudan a sentirse mejor, a fortalecer el sistema inmunitario y reducir el estrés. “Una buena carcajada incrementa las defensas, previene enfermedades cardíacas, disminuye el riesgo de infarto, aumenta la memoria y alarga la vida. Dicen los médicos, expertos en este tipo de cosas, que cinco minutos de buen humor equivalen a quince minutos de cardio. Y añaden que hasta llega a elevar en el trabajo la productividad y mejorar la vida social, por lo que recomiendan reír al menos un cuarto de hora al día.
Y digo que mi comadre Jeanette, la de “Soy rebelde porque el mundo y tal…”, va a tener la vida más larga de los nacidos, siempre risueña y festiva; lo mismo que mi amigo Bertín Osborne, al que mando, vía e-mail, este articulillo, por las divertidas y descacharrantes entrevistas que se marca en la tele. Y sin ir tan lejos, mi propia hija Marina recién graduada en Sociología y Económicas, que a sus veinticuatro años, es un cascabel que da gloria y esperamos para Navidad. Y mucha gente más cercana a cada uno de nosotros que tenemos en la mente y en el corazón… gente que ya digo: va a vivir mil años. Ja, ja, ja…
En fin, todo viene a cuento para que, poniendo al mal tiempo buena cara, “luchemos” y nos esforcemos en ejercitar la risa también nosotros, todos, en estas fiestas de Navidad y durante todo el nuevo año (que no cuesta nada y nos reporta mucho), sobre todo cuando esa alegría, como dicen esos otros expertos en cosas del espíritu, se eleva a la máxima potencia con la carga de esa paz que desde los cielos predican los ángeles para los hombres de buena voluntad.
Felices fiestas…Ja, ja, ja…