Uno, que es voluntario en un Hogar de Plasencia, trata de entretener a los más mayores, bien sea ayudando a la lectura o motivándoles a la escritura. A otros, involuntarios ellos, les abraza una fuerza que les llega de un ser humano cercano y añoso que, por su sabiduría, cariño y sobre todo tolerancia, hace que sus vidas sean más agradables en aquellas situaciones en las que las dificultades les aprieta el cuello y les ahoga económica y síquicamente.
Son sus mayores, los abuelos, personas totalmente desinteresadas que apoyan con sus cuidados y sus escasos recursos a hijos y nietos. Conozco y trato a algunos de ellos.
Siempre están ahí para todo, incluido el consejo que regalan con su vasta sapiencia cuando el proceder de alguien de los suyos se desvía por desacertados caminos.
Ahora, como todos los años, Plasencia agasaja a sus abuelos con una semana de homenaje que se me hace corta. Las XVI Jornadas del Mayor son justas en lo religioso, abundantes en lo folclórico y en lo andadero, aunque escasas en el divertimiento cultural. Habría que recrear a nuestros mayores hasta extasiarlos. Habría que cuidarlos más; no durante una semana, sino siempre. Uno los echa de menos. Son los grandes.
Publicado el 9 de octubre de 2915