Supongo que en cuestión de libros el vintage siempre estará de moda, y eso porque la Literatura es, en esencia, vintage, pues por muchas reseñas favorables o mucho estudio crítico entusiasta que reciba un autor o una obra, al final siempre será el paso del tiempo el que determine qué libros quedan, cuáles pasan a formar parte del así llamado canon literario, ese acerbo de lecturas al que, tarde o temprano, todo amante de la Literatura acude en busca de obras de calidad, de obras que, por más décadas o siglos que hayan podido pasar, aún son capaces de decirle algo, de explicarle alguna cosa importante sobre el mundo.
Todo esto viene a cuento de El Eternauta, un cómic argentino de finales de los cincuenta que hace poco tomé prestado de la Biblioteca Municipal de Plasencia y cuya lectura se me antojó felizmente vintage, eso si vintage es, como yo lo entiendo, aquel producto antiguo, pasado de moda, que todavía nos resulta atractivo y que nos parece deseable por la calidad de su factura y por una suerte de valor estético permanente. Pues bien, en El Eternauta todo es, en buena medida, de otro tiempo, el formato apaisado de la página, su carácter de obra por entregas, el dibujo de Francisco Solano López -limitado por las características de Hora Cero, la revista semanal en la que fue apareciendo, una revista pobre, barata, en blanco y negro-, y, desde luego, el trasfondo sobre el que el guionista, Héctor Germán Oesterfeld, construye la trama, que es el de la entonces reciente Guerra Mundial, el de la Guerra Fría y el del miedo al fin del mundo provocado por la creciente escalada nuclear llevada a cabo desde ambos lados del telón de acero.
Lo sorprendente, y lo que hace probablemente de El Eternauta todo un clásico -no en vano fue incluido hace algunos años por el periódico argentino Clarín en la “Serie Clásicos” de su “Biblioteca Argentina”- es su enorme capacidad para engancharnos, para provocar en nosotros una lectura compulsiva, que nos lleva a devorar cada página y a pasarlas con avidez en busca de más, de nuevas aventuras, de más encrucijadas, de más descubrimientos, sin importarnos demasiado los posibles fallos de verosimilitud (exigencia que, a mi modo de ver, resulta, en la ciencia ficción, más necesaria que en ningún otro género), y todo ello al tiempo que plantea, de fondo y casi de pasada, asuntos y preguntas esenciales, inseparables de la condición humana, pues nos habla del amor, de la amistad, del miedo, de la entrega, del valor, del individuo, de la familia, de la sociedad, y deja abiertos multitud de interrogantes sobre el origen y el destino y sobre las limitaciones y capacidades propias de nuestra especie.
Una cosa que me sucede a menudo con los clásicos es que me gustan tanto que me apena no poder leerlos con los ojos de sus contemporáneos, poder sentir, al pasar sus páginas, lo mismo que sintieron sus primeros lectores, sin el peso del aparato crítico, de las reinterpretaciones, de la enorme literatura que, con el paso del tiempo, va acumulando inevitablemente la buena Literatura, pero también con esa inmediatez temporal y cultural que nos permite comprender ciertos guiños que con el paso del tiempo se diluyen y que hace eficaces algunos mecanismos narrativos -o poéticos- cuya validez sí tiene fecha de caducidad. En el caso de El Eternauta, tengo la impresión de que ni el tono y los paisajes apocalípticos ni los gurbos, manos y cascarudos, invasores extraterrestres que protagonizan la obra, pueden llegar a tener sobre nosotros el efecto apabullante que pudieron, quizá, tener para los lectores argentinos de finales de los cincuenta. Primero, porque el cómic, la novela y, sobre todo, el cine le ha venido dando, durante este medio siglo, demasiadas vueltas al tema de la destrucción de la Tierra, las catástrofes nucleares o de la invasión de oscuras fuerzas extraterrestres como para que, a estas alturas, insectos gigantes teledirigidos, alienígenas con decenas de dedos o ciegos diplodocus asesinos puedan asustarnos demasiado, pero puede que también porque hace mucho que sabemos que la mayor amenaza para nuestra especie y para el futuro de nuestro planeta no va a venir de fuera, pues hace tiempo que está instalado entre nosotros, creciendo, multiplicándose, tomando el control de todo, sin otra preocupación que alimentar su propia gula, su propia ansia de dinero, devorando familias, empresas y países sin importarle que puedan haber sido cuna de la democracia, la cultura o la civilización. El monstruo que, de verdad, puede destruirnos hace siglos que habita entre nosotros y que nos controla sin necesidad de manos o control remoto. Ese sí que nos da miedo.
El eternauta
H.G. Oesterfeld / F. Solano López
Norma Editorial
22,00 euros
Disponible en la Biblioteca Municipal de Plasencia