(Recomendamos leer esta nota escuchando “Damn right, I’ ve got the blues” de Buddy Guy).
Entro en el cafetobar y me sonríen. Inmediatamente suena la voz y los riffs de Buddy Guy en “Damn right, I’ ve got the blues”. Casi brinco con el aroma del café y el ritmo tempranero.
No hay que inquietarse, y menos alterarse. Ya te han visto, siempre llegan frente a ti y pronto te van a dar lo que quieres y cómo lo quieres. A veces tardan un poquino, pero nunca es por desidia o falta de oficio, saben lo que hacen y lo hacen más rápido de lo que tú lo harías en casa. Trabajan mucho, muy bien, y atienden mejor. Son ellos y ellas, camareros, camareras e incluso los mismos propietarios los que te cuidan.
Los cafés, las cañas y las copas no saben igual en todos los bares y otros establecimientos hosteleros. Cambian de sonido, color y sabor depende de quién te las ponga delante, en la barra, en la mesa. El saludo, la sonrisa y el trato hacen que aquello que vayas a beber y comer sepa bien y todavía mejor.
Uno que ya va a cumplir un año de vida y morada en mi querida Plasencia, sorbe cafés y chatea lo blanco en los lugares que empezó frecuentando y de los que ya nadie me puede cambiar. Ellos: Riky, Manuel y mi tocayo Alfonso, todos simpáticos y generosos. Ellas: Jéssica, Ana, Mónica y Johana, tan guapas como eficientes.
En algunos de esos establecimientos suena la música que a uno le gusta, te la sueltan en el momento oportuno. Allí un poco de jazz, aquí algo de soul, en el otro me regalan el oído y me hacen brincar con blues.
Una tremenda gozada, oye.
Publicado el 20 de agosto de 2015