(Recomendamos leer este texto escuchando Vida de Canserbero).
El viajero que vino a verme a Plasencia no conocía la ciudad. Llegó como un niño que por primera vez mira este mundo y gira alrededor de sí mismo y del sol que con calor le abrigó unas horas de reflexión. Vino a saber, a ver arte, a hablarme, también a enseñarme canciones que llaman a las puertas. Él no derrocha las palabras, solo las precisas para mostrar entusiasmo por la vida, una que se está empezando a dibujar con sus propuestas, con sus ganas de evolución, sabiendo que la felicidad le llegará casi al mismo tiempo que las lágrimas.
Vio las calles que me gustan, se admiró con la Catedral de mis sueños, reconoció la Historia que se paseaba con nosotros, juntos nos quitamos la sed y algo de hambre, fuimos ricos en sentires, pobres en odios, comprendimos que mirarse al hablar hace buenos a los oyentes, que acordamos pareceres, que abarcamos juntos la vida en un momento, esa que ganamos, que no dejamos marchar.
Habló de música, me descubrió la que no conocía, me dijo de su vida, le mostré lo que esta ciudad me da, se fue contento a su camino de vuelta, a su ciudad, yo me que quedé solo con la que elegí para para empezar a vivir, con la Catedral, con mi San Esteban, con la calle del Rey, con Zapatería, con todas, también con las Capuchinas y con San Martín.
Le sentí contento cuando se fue, me dejas enseñado, enriquecido, pensé, volví a mi antiguo paseo, hacia la Catedral, escuchando, vibrando “Vida” de Canserbero, un poeta, unas letras que golpean, otras que enternecen, aquellas que revolucionan, todas al pensamiento, las palabras que te mueven.
Se fue el que me enseñó, con el que compartí momentos breves llenos vida, se llama Alejo, es mi hijo.
Publicado: 31 de Julio de 2015