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Reportero a lápiz

A menudo uno tiene la impresión de que, quizá por exceso, la fotografía, fija o en movimiento, ha perdido fuelle. Salvo catastróficas o muy logradas excepciones, y por más que sepamos que responden fielmente a la realidad, a menudo terrible, del mundo en que vivimos, las imágenes del telediario apenas si consiguen conmovernos, apenas si consiguen que suspendamos, por uno o dos segundos, la siguiente cucharada de sopa o el inmediato trago de gazpacho, y lo mismo nos sucede, creo yo, con la inmensa mayoría de las fotos de los periódicos, que solo nos logran impactar, me temo, cuando detrás de ellas hay un cierto artificio, una cierta manipulación de la realidad, cuando el fotógrafo busca el encuadre adecuado, aguarda -con una frialdad que en ocasiones roza el delito por omisión- el momento adecuado, cuando espera a que llegue la luz adecuada, cuando, de algún modo, nos engaña, y eso quizá se deba a que, en el fondo, no necesitamos que nos muestren el mundo, sino que nos lo cuenten, no queremos verlo al natural, sino puesto en escena, y todo ello porque el mundo probablemente nos resulta demasiado complicado, demasiado incomprensible, y necesitamos que alguien, aunque sea mintiéndonos un poco -y aunque pueda parecer paradójico-, nos lo explique, nos diga cómo es.

joe saccoEn este panorama de saturación, de pérdida de eficacia de la fotografía, a veces el dibujo, el cómic, irrumpen, quizá por lo inesperado, con fuerza demoledora. Me sucedió hace varios años con la ya mítica novela gráfica Maus, en la que el dibujante Art Spiegelman logra transmitirnos, por medio de unos sencillos y -no tan- inocentes dibujos de ratones, gatos, cerdos y perros, el pánico de los judíos, la crueldad de los nazis, el terror inconmensurable del Holocausto, y me ha vuelto a pasar con los Reportajes de Joe Sacco, que tomé prestados hace unos pocos días de la reciente, estupendísima sección de cómic y novela gráfica de la Biblioteca Municipal de Plasencia.

Lo cierto es que salvo por la sustitución de fotografías por dibujos, los reportajes de Sacco no se diferencian demasiado de los clásicos reportajes fotográficos. Por lo que respecta al texto, son ágiles, están bien narrados, nos ponen rápida y eficazmente en situación, y, respecto al planteamiento, aunque Sacco -un tipo, dicho sea de paso, exigente y sincero, capaz de reconocer errores o insuficiencias en sus trabajos- no renuncia a ser parcial, tomando siempre partido por los que más sufren, por los débiles, se esfuerza por ofrecernos siempre, con la mayor objetividad posible, el otro punto de vista, tratando de analizar los problemas que aborda en toda su complejidad. De ese modo, no se limita a retratar el sufrimiento de los palestinos de Gaza, de los invadidos iraquíes o de los inmigrantes africanos en Malta, sino que bosqueja también, tratando de ponernos en situación, la histeria de los colonos judíos, la agresividad de los soldados norteamericanos o los temores de los malteses. Entre medias entra en juego, claro, el dibujo. Un dibujo preciso, exacto, comedido, en sintonía con ese deseo de objetividad, que no carga las tintas en el dolor de los buenos ni en la crueldad de los malos, que no se recrea en detalles morbosos pero que se esfuerza en plasmar al detalle las duras condiciones de vida de unos y otros, un dibujo que, por razones que no me acabo de explicar, acaba siendo casi más poderoso que la fotografía -al menos, que buena parte de las fotografías que normalmente encontramos- quizá -por tratar de apuntar alguna explicación- porque cuando se acerca, en primerísimo plano, a alguno de los protagonistas de sus historias -de la historia, en general, con minúsculas, porque la Historia con mayúsculas es otra cosa y se cuenta en otros lugares-, por más que les ponga nombre y sepamos que la abuela chechena desplazada existe y se llama Yaha, o que el eritreo que se busca la vida en Malta sea real y se haga llamar John, o que el empresario iraquí injustamente detenido y torturado se llame Sherzad, al convertirlos, por medio del lápiz, en personajes de un cómic, logra de un plumazo que comprendamos que su concreta historia es real, que es terrible y ha sucedido, pero también que Yaha, John o Sherzad pueden ser cualquiera, que historias parecidas a las que dibuja Sacco se cuentan por centenas o por miles, y eso nos ayuda a comprender las dimensiones del horror.

En definitiva, con estos ingredientes, uno cierra los Reportajes de Joe Sacco verdaderamente conmovido, con una visión más amplia de muchos de los problemas que de forma recurrente, aunque a veces fugaz, asaltan el telediario, pero también -aunque, dada la gravedad de esos asuntos, pueda parecer algo frívolo- con una cierta esperanza que da, aunque sea de forma indirecta, algún sentido al trabajo que hace, la de que en este mundo en el que hay tanto exceso de información, en este mundo de twitter, youtube, instagram, diarios digitales y televisiones a la carta, todavía necesitamos que alguien eche mano de su arte y nos cuente las cosas.

Reportajes de Joe Sacco. Reservoir Books. 20,90 euros.

Disponible en la Biblioteca Municipal de Plasencia.

Publicado el 24 de julio de 2015

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