Hoy hablaré de un hombre que habita la humildad y el virtuosismo a partes iguales, pues con su arte milenario, no pretende otra cosa que sacar a la luz aquello que la madera esconde. Hablo de Antonio Melo, un galisteño de carácter bonachón que pasa horas tallando aquello que esconde el alma de la madera.
Cuando el escultor y arquitecto italiano Miguel Ángel, expresó, “David estaba dentro de ese bloque, yo tan sólo quité lo que sobraba”, refiriéndose a la icónica figura esculpida en mármol blanco, estaba hablando de aquello que siente todo creador, el poder de ver el pasado, presente y futuro en su elemento de trabajo. Así, Antonio Melo, maestro ebanista, siempre que la narcolepsia se lo permite, es decir, (después de dar unas cuantas cabezadas diarias), cuando acaricia la madera puede sentir a través de sus rugosos poros la figura que dormita dentro del pino, haya, nogal o roble…
Resulta sorprendente verle manejarse en el taller, restaurando un viejo mueble, para lo que se requiere la combinación del respeto por la patina del tiempo, con una mano firme en la lija, o tallando relojes, escudos, bolillos, pequeños llaveros, o realizando encargos a los que Antonio Melo siempre responde de buen agrado.
Su arte nace de la necesidad de crear todo aquello que su inquieta mente es capaz de imaginar, y la madera se presta siempre para bien, como una benevolente amante que sabe recibir con cariño las manos del maestro ebanista. Aunque lo que realmente le llena, es poder compartir su arte con los amigos y amigas. Tosas sus obras son regaladas, nunca cobra. Melo entiende la escultura como una forma de exportar conocimiento y afecto.
Este galisteño, también es coleccionista. Las paredes de su taller están adornadas con diversos objetos antiguos como sierras, lámparas de aceite, llaves, punzones, aperos de labranza, etc. Así a la hora de crear, se envuelve en la nostalgia de los maestros que le precedieron, diestros carpinteros, recios agricultores, maestros alfareros. Se rodea de recuerdos de tiempos más sencillos donde la palabra del hombre tenía valor.
Sin duda nos encontramos ante un personaje que salpimenta la tierra, un hacedor de belleza tangible y rugosa. Antonio simboliza el extremeño que acaricia los surcos de la tierra madre, ese regazo en el que todos hemos de terminar, pero que también mira al cielo, pensando quizás, si no es más adecuado ese territorio para sembrar sueños inconclusos. Por ello, hoy he querido hablar de Antonio Melo, un maestro ebanista que con su trabajo dignifica la belleza de todo lo que es humano.
Publicado: 5 de mayo de 2015