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À la recherche de lectures perdues

Si, en mis años de escuela, poseer un bolígrafo BIC (BIC Naranja escribe fino; BIC Cristal escribe normal) simbolizaba la indeleble conquista de la escritura, la victoria total en el campo de la lectura se alcanzaba en el momento en que uno era capaz de leer un libro sin necesidad de ilustraciones de ningún tipo. Entonces parecía como si la ilustración tuviese una función vicaria, auxiliar, de mero apoyo, como el que podían ofrecer los ruedines al pequeño ciclista en ciernes, o como si funcionase como simple cebo o señuelo con el que atraer nuestra atención infantil hacia las letras, como si estas fueran lo único verdaderamente noble en todo aquel asunto. Así, nuestros primeros libros estaban plagados de atractivos dibujos, acompañados de no más de dos o tres frases en letra grande por página que muchas veces no llegábamos siquiera a leer, pues no eran precisas para comprender la fábula o el cuento, pero luego, a medida que íbamos creciendo, nos iban hurtando astutamente los dibujos, las letras se iban multiplicando y cediendo en tamaño, y al final el color, o los trazos, desaparecían por completo del papel y sólo quedaban ante nuestros cándidos ojos palabras, líneas, párrafos y capítulos desnudos y apretados que, después de todo, nos hacían sentir orgullosos al ser capaces de comprenderlo todo sin la vergonzosa ayuda de las imágenes.

con ve de libro
El extranjero. Albert Camus / José Muñoz. Alianza Editorial. 22 euros.

Sin embargo, creo que en el fondo todos hemos sentido siempre una secreta añoranza de aquellas hermosas ilustraciones que nos abrieron la puerta al universo de la lectura, y buena prueba de ello -no sé si les habrá sucedido a ustedes- es ese impulso que a menudo sentimos cuando estamos leyendo un libro bueno de verdad, de esos que nos emocionan, sorprenden o anonadan, que nos lleva a suspender por un momento la lectura, a cerrar las páginas y a quedarnos contemplando unos segundos, admirados, alelados, la portada, único reducto de la imagen en la mayoría de casos, como si aún precisásemos de sus líneas, de su colorido, de su sugestión, para completar del todo nuestra felicidad lectora.

con ve de libro
Cuentos Macabros. Edgar Alan Poe / Benjamin Lacombe. Edelvives. 28 euros.

En definitiva, con la excepción de las portadas, durante largo tiempo la ilustración parece hacer estado proscrita en los libros para adultos, eso hasta que hace algunos años editoriales como Nórdica, SextoPiso o Libros del Zorro Rojo decidieron poner fin a semejante absurdo y comenzaron a rescatar para nosotros el arte de iluminar, con buenos dibujos, buenos textos. A esta moda -que esperemos que dure- se han ido apuntando también las grandes editoriales, y a ellas pertenecen los tres libros que voy apenas a mencionar y con los que ni siquiera me voy a tomar el trabajo de comentar mínimamente, pues el mero título es ya más que suficiente como para despertar el interés de cualquier lector que se precie. Hablo de los Cuentos macabros, de Edgar Allan Poe, publicados por Edelvives, y de El extranjero, de Albert Camus, y Bartleby, el escribiente, de Herman Melville, publicados estos dos últimos por Alianza Editorial. Si digo que la traducción de los Cuentos macabros es de Julio Cortázar y que va acompañada del gótico asombrado y asombroso de Benjamin Lacombe, y que el traductor de El extranjero, ilustrado con un negro violento por José Muñoz, es el poeta Ángel Valente, sólo me queda añadir, para completar esta ilustrada invitación a la lectura, que dudo de que nadie al que se invite a leer Bartleby mostrándole las magníficas estampas elaboradas por Stéphane Poulin prefiera no hacerlo…

 

con ve de libro

 

 

 

 

Bartleby, el escribiente

Herman Melville / Stéphane Poulin

Alianza Editorial

18,50 euros

Publicado: 10 abril 2015

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