Ogonek se llama, al parecer, el gancho o virgulilla que se utiliza en polaco para, colgándolo de la esquina inferior derecha de las letras, indicar que las vocales se nasalizan. No contentos con semejante extravagancia, los polacos acentúan las ces, las eses o las enes, eso cuando no plantan un punto encima de una zeta o atraviesan las eles con una barra que, para despistar, hace que suenen como una especie de uve doble. Son cosas que uno -que no tiene ni la más mínima idea de polaco- acaba por descubrir cuando se da una vuelta por Centrifugados y se compra Aquí y Hasta aquí, dos libros de la premio Nobel Wisława Szymborska magníficamente publicados en edición bilíngüe por Bartleby Ediciones.
Alguien se preguntará qué necesidad tiene uno de meter las narices en la versión original de los poemas cuando los tiene al lado espléndidamente traducidos al castellano por Gerardo Beltrán y Abel Murcia. En mi caso, aparte de una curiosidad personal por las singularidades de otras lenguas, lo que me ha llevado, una y otra vez, a los indescifrables versos de las páginas pares es la curiosidad por rastrear cómo se logra, en origen, con palabras tan aparentemente simples y cotidianas como las que emplea Szymborska, la intensidad expresiva, la belleza, que derrochan poemas como “Adolescente”, “Identificación” o “Mi difícil vida con la memoria”, de Aquí, o “En el aeropuerto” o “Mapas”, de Hasta aquí, por mencionar algunos. Obviamente, al no saber nada de polaco ni de ninguna lengua que se le parezca, nada he comprendido, nada he descubierto más allá de las rarezas ortográficas que he enumerado al principio, pero sí puedo decir que la presencia del poema original ayuda a construir una peculiar atmósfera lectora, provoca una aparente sensación de cercanía con la poeta, como si ella, superando la muerte, recitase los versos en la su lengua materna mientras nosotros leemos los subtítulos, y eso hace la lectura especialmente gratificante.
Por lo demás, lo que reconforta de la lectura de estos dos libros de Wisława Szymborska -que rondaba los ochenta y seis años cuando publicó el primero de ellos- es, por una parte, su apacible mirada sobre el mundo y la vida, no exenta de una sutiles y contundentes reveses que ponen muchas veces de manifiesto lo absurdo de la existencia (viajamos más rápido, más a menudo, más lejos, / aunque en lugar de recuerdos volvemos con fotos, dice en “No lectura”), y, por otra, su aparentemente intacta capacidad de asombro, que la lleva a fijar su atención en temas tan inesperados como los microorganismos, la variedad y repetición de los rostros, la labor de una máquina lectora, la comida, los mapas o la configuración de la mano que, como dice en un poema, es absolutamente suficiente / para escribir Mein Kampf / o Winnie the Pooh. A eso hay que añadir, además, una aguda ironía y una forma muy peculiar y sorprendente de enfocar los temas de siempre, los sueños, el paso del tiempo, la memoria, el amor, la belleza o la muerte, que hacen su obra aún más interesante. Pero por si acaso, por si entre los lectores sigue habiendo algún perezoso o algún escéptico que no sienta todavía la necesidad de leer a Wisława Szymborska, les dejo, como invitación final a la lectura, con un poema tan apacible y hermoso como “Vermeer”:
Wisława Szymborska
Bartleby Ediciones
15 euros cada uno