Hace algunos meses hablé en esta columnilla quincenal, al hilo de la antología “Diva de mierda”, de las Ediciones Liliputienses, capitaneadas por el poeta sanborondón José María Cumbreño, y las presentaba como “una aventura única en el panorama editorial extremeño”. Si calificaba de única esa iniciativa editorial no era, desde luego, porque no haya otras en la región, sino, de forma acaso impropia, por su carácter singular, por la personalísima intervención de Cumbreño en todas y cada una de las fases del proceso de edición. En esa acepción puede que algo caprichosa y arbitraria del adjetivo, única sería también -y me gustaría añadir inigualable- la empresa de otro individuo singular, en este caso el artista Salvador Retana, responsable de la editorial La Rosa Blanca, de Jaraíz de la Vera. Si en el caso de Cumbreño lo que asombra es su labor extensiva, la cantidad ingente de poetas nuevos, muchos de ellos procedentes del otro lado del océano, que está dando a conocer a través de sus colecciones, lo que sorprende de Retana es su labor lenta, minuciosa, intensiva, que, gracias también al trabajo meticuloso de la empresa Gráficas Romero, llega a rozar la perfección. Lo que caracteriza a las ediciones de La Rosa Blanca es su vocación de aunar Arte y Literatura en un solo objeto, el libro, que alcanza, gracias a la labor de Retana, categoría de obra de arte plena, no sólo por su contenido, textos, fotografías, dibujos o grabados de gran valor artístico, sino por la enorme belleza de su continente, de los libros que nos regala la Rosa Blanca, cuidados todos ellos hasta el extremo.
El último libro publicado por esta delicada editorial -después de Los empalaos y Caracteres, pertenecientes a la colección La Rosa Gráfica, y de El efecto M, un interesantísimo viaje por los territorios narrativos de Gonzalo Hidalgo Bayal-, ha sido El matadero, un magnífico cuento del escritor decimonónico argentino Esteban Echevarría con prólogo del escritor Alberto Manguel y grabados del propio Salvador Retana. El resultado es enormemente armonioso. Al prólogo de Manguel, que nos sitúa con precisión y elegancia en el contexto histórico y político del relato, sigue el texto de Echevarría, que comienza con una escena casi costumbrista en un matadero de Buenos Aires en tiempos de cuaresma y del dictador Juan Manuel Rosas. Pero luego, a medida que se desenvuelve la acción, el cuento va revelando una terrible crudeza, que llega a rozar el gore en la descripción del descuartizamiento de los animales, y una intensa fuerza metonímica que lo convierten en símbolo, en resumen, de lo que hubieron de suponer para Argentina los enfrentamientos entre unitarios y federales y la sangrienta dictadura de Rosas. Por último, tras el relato, el libro nos ofrece una colección de grabados realizados por Retana a partir del texto de Echevarría, ilustraciones negras, oscuras, grotescas, de un detallismo truculento, que constituyen un extraordinario colofón para este libro, al mismo tiempo, hermoso y terrible. Un libro para leer y para mirar. Un libro para tener y para gozar, a fin de cuentas.
Por razones logísticas, que no por méritos propios, La Rosa Blanca no va a poder participar en Centrifugados, primer encuentro de Literatura Periférica, organizado por Chema Cumbreño, que se inaugura mañana por la tarde en la Plaza de Abastos de Plasencia. Por esa razón, sirva esta breve columna para hacerla, de algún modo, también presente en este fin de semana de intensísima vida literaria.
El matadero
Esteban Echevarría
Prólogo de Alberto Manguel
La rosa blanca
29 euros
Publicado: 12 de marzo de 2015